Queridos Hermanos:
Continúa la enseñanza del Señor a su Iglesia sobre la oración, esta vez, indicándonos que la Fe verdadera, la oración verdadera, son aquellas hechas “con espíritu sincero, con espíritu humilde”.
Ciertamente, sabemos que el Señor no pude caer en la trampa que ponemos a los demás, mostrar lo aparentemente bueno que somos, como se muestran las cosas en vitrina para que “las compren”. ¡Alcemos los ojos con humildad ante quien nos conoce y a pesar de saber que somos imperfectos, aún así nos ama!.
Es la invitación de la Lectura del Libro del Eclesiástico: “El Señor no se deja llevar por apariencias”. Se nos invita a no vivir -como está de moda hoy- oraciones de “espectáculo hasta con efectos musicales, con orgullo de donaciones, con expresiones extrañas, pero son capacidad de amor, de justicia, de solidaridad, ¡recuperemos la verdadera oración cristiana más allá del espectáculo, esa oración que nos lleva al encuentro con Dios en el hermano, aunque nadie vea y aplauda nuestra forma de orar!.
Esta oración de “sinceridad” es la que nos hace fuertes: San Pablo -según la lectura de la 2da. Carta a Timoteo- aunque sufre mucho en la cárcel, con el peligro de perder la vida, sigue siendo “fiel al Señor, porque el mismo Señor es fiel”. !Cuidemos de no hacer una oración de lástima por nosotros mismos, una oración que olvida que hay otros con problemas más grandes!.
El ejemplo de la oración que agrada al Señor, es aquella del “publicano”, un hombre al menos de “mala fama” pero capaz de reconocer su situación, de ser humilde con Dios: la humildad es reconocer lo que somos… ¿y quién de nosotros no tiene alguna debilidad y pecado?.
La oración que el Señor rechaza es en cambio la del fariseo, quien se sentía casi tan bueno como Dios mismo y despreciaba al hermano pecador, al publicano.
Pidamos al Señor su Espíritu Santo para que nuestra oración no sea un reflejo de nuestro orgullo, acusando ante Dios a los demás.
Y podamos vivir la Misión Extraordinaria de Octubre 2019 “Bautizados y enviados”, como testigos de que el Señor -a quien no podemos engañar- se agrada en el corazón humilde de quien sabe pedir el perdón y esperarlo sin dudar.
Que el final del Mes del Rosario nos haya fortalecido, con el ejemplo de la “humilde joven nazarena” capaz de decir al Ángel Gabriel: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”.