¡Venció a la muerte, Cristo ha resucitado, Aleluya!

Queridos hermanos:

¡Muy Felices Pascuas de Resurrección! Este es el “domingo central del año cristiano”, cuando recordamos que, como decía Tertuliano hace más de 1,700 años “somos cristianos precisamente porque creemos en la Resurrección del Señor”.

En efecto, entre todos los días del año, al igual que sucede en Navidad, hablamos de “pascua” o sea de “paso” de la sombra a la luz, de la enfermedad a la salud, de la vida a la muerte.  Si todos los días del año tienen un amanecer y un ocaso, para la vida cristiana la resurrección de Aquel que es el “sol que nace de lo alto”, Cristo, nos da una jornada de luz eterna: ¡vivamos pues con alegría este día que cambia todos los días de nuestra vida!.

En la primera lectura, Pedro se manifiesta como una persona “que ha tenido un cambio”; ya no tiene miedo a los judíos, sino proclama la “historia de Jesús de Nazareth”, que aparentemente terminó en la derrota de la cruz, pero que por el contrario, es la de su victoria; muriendo destruyó a la muerte y vive para siempre.

Es por ello, como lo indicamos antes, que el salmo 117 se repite mucho durante la “octava de Pascua”, este es el “día diferente”, sin ocaso, donde comenzamos a pronunciar esa palabra tan hermosa, ¡Aleluya! que es un “imperativo” en hebreo: Alel = alabad, Yah = a Yahvéh.

El Señor ha obrado lo imposible, pues la muerte ha sido derrotada por la entrega amorosa, hasta el final, de Cristo en la cruz.

Pero no siempre captamos esa obra de Dios. Hoy, encontrando la tumba de Cristo vacía, la Magdalena “llora de tristeza” por el posible robo del cuerpo de su Señor, Pedro, que entra a la tumba “se pregunta qué habrá pasado”, mientras que el mismo Juan que se llama a sí mismo “el otro discípulo, el discípulo amado”, viendo que no está el cuerpo en la tumba, cree a lo dicho por las Escrituras, ¡solo el amor reconoce en esa ausencia, la presencia de la mano de Dios, no podría quedar en la muerte el autor de la vida, no podía Cristo morir, pues Dios es amor.

Este domingo, por tanto, es para una “reorientación” de nuestra vida y valores; no busquemos ya lo que se pierde y corrompe, no pongamos nuestra esperanza en lo que decae, busquemos -como lo dice San Pablo- las “cosas de arriba”, todo aquello que ahora comienza y puede darnos a nosotros parte en la resurrección de Cristo: el amor, la justicia, la paz, la verdad, la verdadera alegría.

El Papa Francisco dice a los jóvenes: “Él vive y quiere darnos vida”. ¡Como Pedro, llevemos a todos, mediante un trato mejor, mediante un abrazo de perdón, el más grande mensaje: verdaderamente ha resucitado el Señor y vive entre nosotros!.