Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Mientras nos acercamos a las grandes solemnidades de la Pascua, el domingo de la Ascensión del Señor y el domingo de Pentecostés, la semana que ahora comenzamos nos va preparando para sumir con decisión nuestro propio compromiso: cuando Jesús Asciende a los cielos y con el impulso del Espíritu entra en escena la Iglesia, es la hora de nuestro compromiso en la historia de la salvación.
Los Hechos de los Apóstoles nos narran la vida y el crecimiento de la comunidad primitiva, de la primera Iglesia. Los Hechos de los Apóstoles han sido llamados por eso muchas veces el “evangelio del Espíritu Santo”. El Espíritu de Jesús es el gran protagonista. Jesús ya no está físicamente entre nosotros como en su vida normal. Su vida y actuación pasa por la acción de su Espíritu. Es el Espíritu de Jesús el que alienta la Iglesia, el que la reúne, el que la llena de su presencia y de su gracia, el que la convoca, el que la sostiene.
Y los apóstoles, los constructores de esa primitiva comunidad, son hombres dóciles al Espíritu de Jesús. El Espíritu de Jesús los ha transformado por medio de una experiencia pascual por la cual han llegado a ver con otros ojos, a pensar con otra mente y a sentir con otro corazón. Este espíritu de Jesús obra poderosamente a través de ellos, se manifiesta en signos palpables, a la vista de todo el pueblo. Y la ciudad se llenó de alegría a la luz de tales signos. La alegría venía a ser el síntoma de la madurez de la presencia del Espíritu de Jesús en medio de la comunidad.
Esta sería la pregunta fundamental que deberíamos hacernos hoy. Ser Iglesia, ser miembro de la comunidad cristiana es algo mas que una simple filiación a un club de gente que piensa y cree igual, sino más bien, es caminar juntos en la misma dirección que el Señor nos ha señalado.
Ser hombres y mujeres tocados por el Espíritu Santo de Dios es dejarnos moldear por el Señor, creer en la lucha por la vida y por la familia, es deplorar la violencia sanguinaria que nos arrebata vidas valiosas de nuestras comunidades, es resistir a las muchas frivolidades del mundo en el que vivimos que se preocupa or el dinero, el poder y las vanidades.
No es dócil al Espíritu Santo quien no da signos concretos de compromiso con los principios netamente cristianos. Nuestras comunidades son testimonios vivos de una Iglesia marcada por el Espíritu Santo, el cual se manifiesta en la vida espiritual en la fraternidad, la unidad comunitaria y la solidaridad ante todo con los más pobres.
Notemos que esta presencia del Espíritu en la vida de las comunidades va más allá de las expresiones externas sentimentales o emocionales de diversos grupos del penteocostalismo, una persona puede cantar, gritar desvanecerse y caer al suelo presa de una catarsis emocional, pero si esa misma persona no tiene identificación con los apostolados de su comunidad parroquial, no va a Misa ni cree en la confesión, allí no se está dejando actuar al Espíritu Santo, allí pueden estar manifestándose muchos factores, pero no la acción del Espíritu de Dios.
Que el Señor nos conceda prepararnos con especial entusiasmo a celebrar las grandes solemnidades que se avecinan, les bendigo de corazón.