Queridos hermanos:
Una característica fundamental de la vida cristiana es la misión evangelizadora, llevar la Buena Nueva al mundo, no reduce sin embargo a la predicación de una bella idea, de un mensaje interesante, sino consiste en “hacer presente de modo personal al Señor Jesús”.
No se trata pues de un “proselitismo” o deseo de reunir y acumular “miembros de un grupo religioso, de una comunidad apartada del mundo” sino de “salir a ese mundo para invitarlo a buscar y vivir todo lo bueno, lo noble, lo justo” (cf. Filipenses 4, 8 ).
Para ello, como bien lo enseñaba San Juan Pablo II “todo cristiano asuma su vocación misionera” y contribuya a la construcción de un signo importante de la llegada de Dios a la vida humana, la vivencia de la Paz.
¡No imitemos la búsqueda de adeptos de la misión proselitista de las sectas –mormones, testigos de Jehová, “atalayas” etc- rescatemos la misión como compromiso con un mundo reconciliado con Dios!.
En efecto, como lo indica la primera lectura, la “shaolom” o paz en hebreo, consiste en una buena relación con Dios, con los hermanos pero también con nosotros mismos; ¡busquemos y vivamos la paz para poder llevar paz a quienes encontremos en el camino de la vida!.
Pero ella, la paz tan deseada y necesaria, no solo es tarea humana, es un “don divino, del Señor que hace correr la paz como un río hacia Jerusalén”. Se trata de un equilibrio de humildad para pedir la paz y de responsabilidad para construirla.
En su envío misionero, el mismo Señor Jesús que el domingo pasado “pasaba llamando” a seguirlo, manda a sus discípulos a proponer una paz “que puede ser aceptada o rechazada” pero que siempre tiene urgencia en su anuncio.
Por ello pide el Señor no ponerle la atención a los medios de la misión –dinero, estructuras, etc.- en detrimento del impulso y de esa misma urgencia; ¡no nos desentendamos del mundo, sino seamos una Iglesia en salida servidora de la paz del Señor para la Humanidad!.
San Pablo, finalmente, revela el camino verdadero a la paz auténtica, ella no es un “estado de tranquilidad de conciencia adormecida o de victoria aplastante sobre el enemigo; ¡la paz es el encuentro con Cristo crucificado, fuente del perdón, de la reconciliación y de la verdadera alegría!.
Que el Señor renueve en todos el don de su Espíritu que nos lleve a la misión, muchos son los conflictos que urgen, sin pérdida de tiempo, el testimonio de la “paz vivida” en el corazón, la familia, el trabajo y todo ambiente donde se encuentren los cristianos.
Santa María, Reina de la Paz y mensajera del Evangelio de la vida, ruega por nosotros y acompáñanos en la misión.