Como hijo de su tiempo, Aristóteles (384-322 a. C.) no distinguía entre el “saber y conocer” (siendo éste último paralelo del “cálculo matemático”, etc.), el filósofo estagirita hacía equivaler “saber y calcular” en un punto de llegada: el propio beneficio. En la Buena Noticia de mañana, el “saber” pareciera confundirse con el “calcular” como en los casos del constructor o del rey que va a la guerra, ambos “deberían hacer cuentas” para no terminar derrotados o burlados.
Lo cristiano va más allá de Aristóteles, para los creyentes, la verdadera sabiduría —vinculada a lo divino y lo humano— no siempre coincide con el salir triunfante. Por ejemplo, no se pueden hacer “sesiones espirituales para pedir a Dios que nos libre de los tribunales” habiendo delitos claros; tampoco se confunde con la “astucia” para salirse con la suya. O sea, se trata de una gran diferencia: el “savoir faire” (saber hacer, clásico francés) no es la artimaña para ganar a toda costa. A tres reflexiones se invitará mañana:
1) El verdadero sabio “advierte que hay Uno más alto, más grande” que su persona. No es la negación seudocientífica del “intelligent design” (el designio inteligente) que rige el Universo, la vida humana, la muy agredida naturaleza que provoca caos por culpa de la ambición humana desmedida. Aun con su religiosidad peculiar, el mismo Albert Einstein decía: “Dios es sencillo, pero no banal”. La “libertad religiosa” no equivale a un simple “no quiero creer” porque aborrezco la historia de la Iglesia, el mal testimonio de los creyentes, ninguna “ateología” tiene fundamento en la razón misma que, en los verdaderos científicos, hace percibir que hay Alguien más allá de la casualidad en la evolución del cosmos.
2) El verdadero sabio es el que pone un valor, más que un precio. Pablo escribe a Filemón pidiéndole que no castigue al esclavo Onésimo (quiere decir “útil” como si fuera “algo”) porque ya es cristiano, ¿podremos algún día los cristianos valorarnos unos a otros por ser hijos de Dios, más allá de lo que produzcamos o consumamos?. Una “visión sabia, diferente” del otro a la luz de la Fe y no de los mecanismos económicos. El drama del “humanismo ateo” es llegar a considerar al otro un “semejante de especie” o una “oportunidad de mercado”, pero no un hermano (Papa Francisco, “Fratelli tutti” (03 de octubre de 2020). La pandemia demostró lo noble, lo sabio de tantos corazones capaces de conmoción ante el drama humano y lo monstruoso de quien calcula solo ganancias en la cadena productiva/consumista.
3) La diferencia entre el saber para la vida y el “calcular para ganar” viven hoy un divorcio dramático. Avanza la tecnología y retrocede el humanismo. Crece la comunicación, pero no la comunión y menos el interés a fondo de unos por otros. La dura frase: “Si crees saber algo, ten por cierto que es más lo que ignoras” (Tomás de Kempis, 1380-1471) se comprueba en la falta de sensibilidad ante los dramas humanos, aun teniendo dos o tres “maestrías” en “cálculos”, de donde no se puede orar para pedir sabiduría en lo político, económico, etc. sin antes “escuchar con el corazón” del otro en su dolor. Termina Jesús indicando una de las fuentes de la “tontera” de los inteligentes del mundo: no han renunciado a sus bienes, es decir no han visto más allá de contable y han separado las cosas de las personas, dejando una “brecha ética” entre el negocio y las expectativas humanas integrales (Dr. Joan Fontradona, sobre la Responsabilidad Social de la Empresa, UNIS, agosto 2022).
Que sea la “sabiduría integral” y humanista y no el cálculo de ganar lo que impregne la ya caliente campaña electoral para una “Guatemala distinta” con hijos sabios de corazón.