Queridos hermanos:
El quinto domingo de Pascua es un adelanto del gran misterio que en la vida de todo cristiano es importante, mientras que Jesús comienza a hablar de su ascensión, de su vuelta al Padre, nosotros no podemos sino tratar de permanecer unidos a Él.
Es un domingo hermoso, la esperanza de “estar con Jesús” debe llenar nuestras vidas, al mismo tiempo que impulsar la misión de llevarlo al mundo.
En efecto, en la primera lectura los creyentes Pablo y Bernabé van llevando la Buena Nueva por todo el mundo entonces conocido, precisamente porque no van solos, el Señor los acompaña; ¡salgamos de nosotros mismos, y sirvamos a la misión de la Iglesia, movidos por la presencia del resucitado entre nosotros!.
Y sin embargo, el secreto de la unión con Cristo es doble:
- Por un lado y ante todo, el amor: Jesús deja hoy en el Evangelio un “mandamiento nuevo” que es aquel de “amarnos los unos a los otros”. No es un sugerencia, sino un “mandato” que naturalmente no pude vivirse sin la ayuda del mismo Dios, como bien lo decía San Agustín, “Señor, dame tú mismo lo que me pides y entonces pídeme lo que quieras”. ¡Supliquemos ser ayudados por Dios mismo en la difìcil tarea de amar, de cumplir su mandato!. Se trata de la vida nueva, aquella que ya viene cuando el Cordero inmolado se manifieste al mundo. San Juan en la segunda lectura habla precisamente de “cielos nuevos y tierra nueva” no en el sentido de una “substitución” como dicen algunos, mediante la destrucción del mundo. Es más bien una “renovación” en Cristo de todo y de todos. La misión del Cristiano es pues, aquella de ir como los apóstoles, en profunda unión con Jesús resucitado, llevando por el mundo la “novedad de vida” que es Cristo Señor;
- La segunda forma de de la unión con Cristo es fundamental, si bien lamentablemente los “hermanos separados la han perdido”, se trata de la “comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor” que precisamente vivimos en la santa Misa, dominical o diaria; ¡no perdamos esta ocasión de unión con Cristo! Si necesitamos confesarnos, hagámoslo, pues el fruto es grande, poder recibirlo realmente y con su presencia en nosotros, renovar el mundo viviendo el amor, la solidaridad, la justicia, el perdón y la verdadera alegría.
Que este mes de Mayo, dedicado como Octubre, al Santo Rosario y a María nuestra madre, sea de bendición para todas las madres, ellas también nos unen a Dios cuando acogen en su seno la vida nueva y cuando son para su familia “maestras de la Fe, esperanza y caridad” en la dedicación amorosa a los de su propia casa y a la Iglesia del Señor.