Curiosamente, el término “paciencia” (en latín “patientia”) procede de otros dos: “patire” (padecer) y “scientia” (saber hacerlo). No es el simple “soportar” o “resignarse en silencio”, ni va con el proverbio popular de “no hay mal que dure cien años, ni santo que los aguante”. El “saber padecer” la verdadera paciencia se refleja en la conocida frase, tan necesaria en estos tiempos: “El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional” (cfr. Adriana Reyes, psicoterapeuta, citando a H. Bellinger: “Sufrir es más fácil que actuar”). Es decir: ante el peso del mal, de la pandemia, de sus consecuencias, una de ellas el pánico vivido en familias encerradas, en personas angustiadas, existe una puerta salvífica: ni negar el mal, ni buscar los desquites violentos, ni escaparse a fiestas clandestinas en toque de queda y menos la depresión y hasta la tentación del suicidio.
La Fe cristiana ofrece en la Buena Noticia de mañana el rostro de un Dios que es “misteriosamente paciente” ante el mal: “No arranquen lo sembrado en el campo, no sea que con la cizaña se lleven también el trigo. Esperen el tiempo de la cosecha” (cf. Mt 13, 24-43). Sí: alguno puede argumentar que, “como Dios es Dios”, no le afecta el mal que sufrimos los humanos, olvidando que en su Hijo en la cruz es también humano, y que la salvación vino de uno que “sufriendo, aprendió la obediencia y se hizo cercano a los que sufren” (Hebreos, 2, 14; 5, 5-10).
La paciencia divina es una invitación a dos niveles:
- En la ya prolongada pandemia, vivida por un mundo que pensaba tener resueltos todos los problemas o al menos poder encontrar fácil y rápidamente soluciones (Papa Francisco, Después de la pandemia. Roma, Marzo 2020).
A ese mundo hoy le toca algo así como un “purgatorio” o tiempo duro y, peor aún, “indefinido” de sufrimiento. La vacuna, Dios mediante se tenga pronto, se perspectiva al menos en más de un año para su disponibilidad. Ese mundo que programaba la producción de bienes, de riqueza, de conectividad, etc. topa con un muro que le hace desesperar, donde varias naciones “salidas de cuarentenas” tienen que volver por momentos, pues las infecciones no dejan de crecer;
- En la vivencia familiar y personal: ninguna “falta de paciencia” deja de cobrarse las víctimas en las tensiones familiares, en las agonías económicas y laborales, aumentadas por los noticieros que, si bien cumplen una misión, subrayan el “regreso del fracaso” de la Humanidad en estos momentos. Para ambas vivencias del sufrimiento, el Señor, que es “paciente y misericordioso”, invita a volver la mirada a su “misteriosa paciencia”: cuando Cristo en la cruz clamó: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? (cf. Mateo 27, 46) y el Padre le respondió “hasta el tercer día”, en la resurrección, pero le respondió.
Cierto: el aumento de contagios y decesos no es como para “cruzarse de brazos y esperar”, sino para actuar con la ciencia, la medicina, la prevención, sin olvidar el otro proverbio conocido: “Dios tarda, pero no olvida”: Él abre un espacio “también positivo” para este momento: lograr “salir mejores de la pandemia, constructores de un mundo mejor (Papa Francisco): más solidarios, fraternos y sabios en entender la fragilidad que ahora cae como tremenda constatación sobre todos, sin distinciones de ninguna clase.
Que el nuevo Arzobispo de Santiago de Guatemala, Monseñor Gonzalo de Villa, inspire como ya lo hace la “sabia paciencia y el compromiso activo y responsable” en Guatemala, como instrumento de Dios y respuesta a la oración de tantos hermanos. Le inspire la Virgen del Carmen, Estrella del Mar que, en esta tormenta, despacio, pero seguramente, lleva al Puerto Seguro, que es Cristo el Señor.