Las Hermanas Misioneras de la Caridad, congregación fundada por santa Teresa de Calcuta, tiene en la Diócesis de Escuintla, un asilo de ancianos, que amorosamente atienden desde hace muchísimos años. Además de los ancianos, atienden a indigentes y personas de escasos recursos, a quienes les proporcionan alimentación, quienes llegan cada día a la casa de las hermanas.
Navidad es celebrada de forma muy especial y gracias a las donaciones que reciben las Hermanas Misioneras de la Caridad, pueden ofrecer a sus ancianos y personas sencillas que las visitan, de una fiesta digna de esta congregación de religiosas que dan su vida por los demás.
La celebración de la Solemnidad de la Navidad, el 25 de diciembre como todos los años, inicia con la Santa Misa, presidida por Monseñor Víctor Hugo Palma, obispo de Escuintla, siendo en esta ocasión muy emotiva, pues es la última que celebra como obispo de la diócesis, después de muchos años al frente. Las hermanas aprovecharon la ocasión para despedirse del obispo, deseandole lo mejor en su nueva misión episcopal y al entregarle un reconocimiento, fueron ellas las primeras de muchas despedidas que recibirá el obispo, antes de partir como arzobispo en la Arquidiócesis de los Altos.
Seguidamente los mismos asistentes, habiéndose organizado previamente, realizan algunas presentaciones artísticas con mensajes navideños. Cerca del mediodía, se sirve el almuerzo en donde por la Gracia de Dios, todos han podido disfrutar de mucha comida, preparada de forma especial para la ocasión. El pastel sirvió de postre al almuerzo y finalmente las hermanas entregaron unos obsequios utilitarios a los visitantes que en su condición de indigencia, acuden en auxilio de las Misioneras de la Caridad, ellas con el amor que las caracteriza, atienden y reciben alegremente a todos los que se acercan en esta celebración navideña.
La misericordia es el corazón del mensaje cristiano. Jesús, en numerosas ocasiones, enfatizó que Dios desea la misericordia y no los sacrificios. Esta enseñanza cuestiona la idea de que la religión se trata únicamente de cumplir con ritos y normas externas. Por el contrario, Dios busca ante todo la transformación del corazón. La misericordia es la expresión más profunda del amor de Dios. No se trata de un mero sentimiento, sino de una acción concreta que se manifiesta en el perdón, la compasión y la ayuda al prójimo. Dios no quiere que nos obsesionemos con el cumplimiento de la ley, sino que vivamos en una relación de confianza y entrega a Él.
Los fariseos y escribas del tiempo de Jesús se habían olvidado de la misericordia, centrándose únicamente en el cumplimiento estricto de la ley. Jesús les recuerda que Dios prefiere la misericordia a los sacrificios, pues esta refleja mejor la naturaleza amorosa y compasiva del Creador. La misericordia es el camino que nos lleva a la verdadera justicia. No se trata de una debilidad, sino de la fuerza que nos permite perdonar, sanar heridas y restaurar relaciones rotas. Cuando practicamos la misericordia, nos asemejamos más a Dios, cuya bondad y compasión son infinitas.
Jesús nos enseña que la misericordia debe ser el motor de nuestra vida cristiana. No basta con cumplir con los mandamientos y las obligaciones religiosas; Dios espera que nuestro corazón se transforme y que seamos capaces de amar, perdonar y ayudar a quienes nos rodean. La misericordia nos libera de la rigidez y el legalismo. Nos permite acercarnos a Dios con confianza, sabiendo que Él nos acepta tal como somos, con nuestras debilidades y pecados. Es esta certeza la que nos impulsa a convertirnos y a vivir de acuerdo con su voluntad.
Practicar la misericordia es un desafío constante, pues implica ir más allá de nuestras propias limitaciones y prejuicios. Requiere de nosotros un corazón abierto, dispuesto a escuchar, comprender y acompañar al prójimo en sus necesidades. La misericordia nos lleva a mirar al mundo con los ojos de Dios. Nos ayuda a ver en cada persona, incluso en aquellas que nos resultan más difíciles, la imagen de Dios y a tratarlas con el mismo amor y compasión que Él nos ha mostrado.
Ser misericordiosos no significa ser débiles o permisivos. Por el contrario, la misericordia exige fortaleza y valentía, pues implica enfrentar el pecado y el sufrimiento sin dejarnos vencer por ellos, sino buscando la manera de sanar y restaurar. Cultivar la misericordia es un camino de santidad. Nos transforma interiormente y nos hace partícipes de la misma misericordia divina. Al practicarla, nos convertimos en instrumentos de la gracia de Dios en el mundo, testigos vivos de su amor y compasión.
Las fotografías que se tomaron en la Celebración de la Navidad en el asilo de ancianos de las Hermanas Misioneras de la Caridad, en la celebración de la Navidad, se pueden descargar a continuación:
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