Queridos hermanos y hermanas:
El Señor Jesús, Maestro de la comunidad eclesial, indica hoy el punto central del “ser Iglesia auténtica”. Es una enseñanza fundamental que sin embargo puede ser olvidada y confundida, cuando queremos agradar a Dios “desde nuestra mentalidad” dejamos de lado ese punto central que el Señor insiste: la vivencia del mandamiento del amor.
Así, ya la primera lectura del libro del Éxodo recuerda que el pueblo de Israel, que ha vivido la dura experiencia de la esclavitud y muchas “situaciones límite” de la existencia humana, ahora es prevenida de no reproducir en la tierra prometida los mismos tratos inhumanos ahora entre hermanos: la usura (el préstamo a elevados interés) que termina ahogando al pobre en deudas cada vez mayores, ¡una dura realidad que se da cada día con más frecuencia en Guatemala y en Escuintla! sin el debido concurso de la autoridad para con esta práctica condenada por la ley.
Se advierte también contra la explotación del hermano, en fin, contra tantas formas de aprovechamiento del más pobre y necesitado: ¡cuántas veces al deber fraternal sucede en cambio no solo el descuido sino la explotación del que llamamos “hermano”!.
Por su parte el hermoso salmo responsorial confiesa: “El Señor es el del indefenso” con lo cual nos invita a tomar en cuenta que estamos llamados ser también capaces de imitar las acciones del Señor y proteger lo que el Papa Francisco tanto señala hoy día: el tráfico humano organizado para la explotación de los más pobres (migrantes) o en el campo tan común en nuestra tierra y en tantos “lugares de paso”; el triste fenómeno de la prostitución, que afecta a miles de seres humanos, especialmente a la mujer.
Por ello, porque la vida cristiana vivida a fondo requiere prepararse a la batalla espiritual no solo contra actitudes personales sino contra verdaderas “estructuras de pecado” (crimen organizado en la droga, en la prostitución, en el tráfico de personas, etc.) el apóstol San Pablo nos invita a “imitar a los fuertes en la fe”, es decir, a vivir el mandamiento del amor con la virtud de la fortaleza: ser “fuertes en la caridad”.
Y es sobre todo el mismo Señor Jesús, quien “interrogado para ponerle a prueba” responde con claridad: “el mandamiento del amor a Dios y al hermano es el punto central de la vida del cristiano”.
Es de notar que ciertamente, entre tantas formalidades externas se había perdido de vista ese mandamiento principal de “amar a Dios sobre todas las cosas” (Éxodo 2’, 1ss).
Lo nuevo y más importante es que a la pregunta por “el mandamiento principal” el Señor añade inmediatamente el deber de amar al hermano, que se concretiza en todas aquellas relaciones de justicia, de trato humanizante que se demandaban al Israel del Antiguo Testamento.
Pidamos al Señor que nos ayude y por la intercesión de Nuestra Señora del Rosario, nos ayude a lograr de su misericordia el don del Espíritu para “volver a centrar a la vida cristiana” con la viga fundamental de la casa, como nos indica el Papa Francisco: “la misericordia, la caridad, el amor” el verdadero distintivo del cristiano, según indicaba el autor del siglo II llamado Tertuliano: “Miren como se aman, al punto de estar dispuestos a morir el uno por el otro”.