Llamados a servir a la salvación del mundo

Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla

Queridos hermanos y hermanas en el Señor:

La Palabra de Dios en este tercer domingo del tiempo ordinario continúa profundizando del tema vocación-seguimiento iniciado la semana anterior. La perspectiva sin embargo, es ahora la presentación del discípulo como instrumento del llamado de Dios a otros para su salvación, es decir, para una misión que él mismo puede no comprender, pero que hace parte de un plan más grande e importante que la vida del mismo llamado o vocacionado.

Esa enseñanza es bastante clara en la figura de Jonás (1ª. lectura) modelo del ser llamado para la conversión y salvación insospechada de los paganos: Jonás, aún cuando su nombre significa “paloma”, en alusión a la sencillez, a la obediencia, deberá enfrentar una lucha consigo mismo, cuando descubra que Dios le envía para predicar, para lograr la conversión y la salvación de sus peores enemigos, los asirios de Nínive.

Es una historia que todos conocemos, y que a veces vivimos: Jonás, claramente llamado por Dios, trata de escapar de la misión para la que fue precisamente llamado. Y aunque el texto bíblico hoy no contiene esa parte del drama de Jonás, es algo que se repite cuando al responderle a Dios en su llamado no hay disponibilidad para ir a dónde nos envíe, en la forma y condiciones que Dios quiere, a la misión que el Señor desea darnos.

En el Evangelio, la llamada de Jesús a sus primeros discípulos a la orilla del lago, también está claramente conectada con una misión: salvar a los hombres, rescatarlos del misterio del mal y de la muerte en que han caído; misterio de mal y de muerte simbolizado, como decía San Juan Crisóstomo, en la oscuridad de las aguas del mar. Tal es la explicación de la expresión de Jesús: “llegar a ser pescadores de hombres”.

Cristo pasa inaugurando, iniciando en los corazones el misterio del Reino de Dios: una nueva forma de vida, una nueva existencia en el bien, la verdad, la justicia, la paz con Dios y los hermanos. Pero no lo hace solo: quiere asociar a su Iglesia, representada por aquellos primeros llamados, a su misión. Como lo repetía San Juan Pablo II tantas veces en su Carta “La Misión del Redentor”: la vida de la Iglesia es misión, está compuesta de los llamados para la misión de Cristo en el mundo, la salvación integral del hombre.

Sin duda, los primeros discípulos fueron un grupo de hombres sorprendidos que tenían algo que ver en la vida de los demás, no solo para venderles pescado, sino para rescatarlos del mal. Ellos poco a poco serán hechos capaces del don altísimo de servir a Cristo, al paso del Evangelio de Dios en la tierra. Contrariamente al caso de Jonás, ellos siguen al Señor inmediatamente, pero bien comienzan un proceso largo que depende de quien los llamó, pues Él dice: “Yo los haré pescadores de hombres”.

Que en el “Año de la Vida consagrada” al que nos ha invitado el Papa Francisco, dándonos ejemplo de ir a las “periferias del mundo”, que en este ciclo maravilloso el Señor regale a su Iglesia muchas “llamadas” o vocaciones, y que éstas venzan siempre la reticencia a ir a donde Él quiere: que sean como los primeros discípulos, capaces de dejarlo todo y ser parte de la maravillosa obra de la salvación de la humanidad mediante al Fe y la Gracia del Señor. Amén.

 

Monseñor Víctor Hugo Palma