La Santa Misa Crismal

Santa Misa Crismal

La Misa Crismal, presidida por el obispo y concelebrada con los presbíteros de la diócesis, es la celebración en la que se consagra el Santo Crisma (de aquí el nombre de misa crismal) y bendice además los restantes óleos o aceites (para los enfermos y lo que se van a bautizar). Es la renovación del Sacerdocio de Cristo en sus presbíteros y obispo.

Texto: Otto Castellanos.
Evangelizador de Tiempo Completo.

El crisma es la materia sacramental, con la cual son ungidos los nuevos bautizados, son signados los que reciben la confirmación y son ordenados los obispos y sacerdotes, entre otras funciones.

La celebración de la Santa Misa, en la que se reúne el clero diocesano en unión a su obispo, para concelebrar, con la participación del Pueblo de Dios, expresa y realiza de una forma admirable, el misterio de la unidad y de la universalidad de la Iglesia. La Iglesia Universal se refleja en la Iglesia Particular. Es la Iglesia que ha sido convocada por Dios y que muchos siglos antes, en sus orígenes, fue enviada a predicar el Evangelio y a administrar la salvación por medio de los sacramentos.

Sin dejar de ser una Iglesia Particular, la diócesis es la expresión de la Iglesia toda que se reúne en torno a Cristo, su fundador y redentor, para ofrecer Culto a Dios en el Espíritu Santo. Este es un misterio que se hace patente, de forma muy especial, en la celebración de la Misa Crismal.

Puesto de pie, al inicio de tal celebración, el Pueblo de Dios, entonando el canto de entrada, observa con alegría a sus pastores que, en gloriosa procesión, se dirigen al presbiterio para ocupar el lugar que les corresponde; el rebaño, por su parte, camina detrás de sus pastores y de ésta forma completan la asamblea santa.

Es el día del sacerdote, de aquel hombre de carne y hueso que ha dado una respuesta afirmativa al llamado de Dios que, con amor y confianza, ha puesto sus ojos en Él para hacerlo ministro de la Iglesia, un hombre de Dios que ha decido amar y entregarse a Dios y a todo lo que Él ama: su Reino, su Iglesia, las almas.

Este consentimiento implica una abnegación, que nos hace recordar las palabras de Jesús que dijo: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (cf Mt 16, 24) y también: “…el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza” (cf Mt 8, 20).

En esta eucaristía, el sacerdote, confirmando su comunión con su obispo renovará ante él los “Consejos Evangélicos” (llamados también Consejos de Perfección y que conocemos comúnmente como votos) de “Pobreza, Castidad y Obediencia”, en señal que de manera consciente y activa, ha tomado la cruz de su vocación, en una actitud decidida de abnegación, por amor a Dios y a sus hermanos.

El Pueblo de Dios, aplaude a sus pastores; los fieles han llegado desde las distintas parroquias a celebrar con alegría que ellos mismos son y lo han sido de verdad, los beneficiarios del ministerio de aquellos hombres de Dios y lo agradecen con sinceridad, desde su corazón.

En algún momento de la celebración, generalmente después de la homilía, serán bendecidos los óleos de los enfermos y de los catecúmenos y consagrado el Crisma. Son estos los óleos que serán utilizados para ungir a los enfermos y a los bautizados que se integrarán a la familia de Dios. El santo Crisma, signo del Espíritu Santo, es el aceite con el que serán ungidos los sacerdotes; así mismo los bautizados y los confirmados.

Concluida la Misa Crismal todos regresan a sus parroquias. Los ministros, renovados en su sacerdocio, llevan consigo los aceites bendecidos y el Santo Crisma, con los cuales, dentro de las celebraciones litúrgicas, harán realidad la misericordia de Dios, mostrando a los fieles, con su ministerio, esa ternura de Dios de la que tanto nos ha hablado, el Papa Francisco.

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