“Y la Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros” (cf. Jn 1, 14). Esta declaración solemne del mismo texto bíblico ilumina el “Domingo de la Palabra de Dios”, a celebrarse mañana y de esa misma afirmación se deducen realidades clave:
- La Biblia “no es la Palabra de Dios”, sino el vehículo que la contiene, pues Ella se hizo “carne” y no “libro”, quedando fuera la “bibliolatría” que convierte la Fe Cristiana en literalista/fundamentalista, en una especie de “religión del libro” y no de la persona viva de Jesucristo.
- La Fe en la Palabra va hacia una persona, no hacia una idea o mensaje (cf. Benedicto XVI, 17 octubre 2021), pues sería —como los pensamientos ideológicos— tan manipulable religiosa, política y económicamente, como tristemente se da.
- La Palabra proclamada en la Liturgia lleva a los Sacramentos y meditada, hecha oración, es un don de Dios, especialmente en este tiempo de pandemia: es “luz para los pasos, luz en el sendero” (cf. Sal 118, 105): invita a la Fe en Aquel que está más allá de todas las pandemias, guerras y catástrofes que la humanidad ha conocido, al mismo tiempo que hace que esa Fe sea compromiso: con el cuidado sanitario, con la opción de no hacer de la vacunación una carrera comercial, un orgullo de los que la tienen y una humillación para los carentes.
- La Palabra hace presente a un Dios que “se escucha” pero no se “ve”: la Fe viene “por la escucha” (cf. Rm 10, 17) fuera del interminable desfile de “prodigios, curaciones, eventos extraordinarios” que lamentablemente ni causan una Fe como forma de vida y sí enriquecen a los predicadores/factores de milagros: fenómeno que empobrece la esencia de la Palabra.
- La Palabra el mismo “Divino Caminante”, el Dios que restaura, que se hace compañero de viaje de los defraudados, angustiados, dudosos, como en la escena inmortal del “Camino a Emaús” (cf. Lc 24, 13-35): invita al “acompañar” que pide Papa Francisco, desde la misericordia, todos los sufrimientos humanos, ninguno de ellos ausente del corazón de Dios. Ella lleva hacia el hermano, donde está presente quien dijo: “Lo que hicieron a mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicieron” (cf Mt 25, 40).
Una Palabra que invita, como los Obispos de América Central en su mensaje en el drama migratorio actual de los países centroamericanos: “Alégrense con los que están alegres, lloren con los que lloran” (cf. Rm 12, 15). En la carta apostólica sobre este domingo (Aperuit illis = “Les abrió el entendimiento”, cf. Lc 24, 32) el Papa Francisco invita a escucharla y salir al mundo con la fuerza “performativa” de Ella: a buscar la transformación por medio de la misión y el testimonio. Así, es fundamental “escucharla/leerla”, cuánto más en el actual momento sombrío de la pandemia, para tener el “encuentro con Jesucristo vivo en ella” y enterarse en primera persona. Ya Santa Teresa de Ávila decía del conocimiento en general: “Lee y conducirás, no leas y serás conducido”.
En una nación donde no faltan, por ahora, textos bíblicos, referencias, invocaciones bíblicas, etc. etc., la coherencia de la vida con la Palabra es tarea pendiente, urgente ante la indiferencia, la corrupción legal, la violencia vergonzosa: no se trata solo de que se conozca más la Palabra por su medio la Biblia, sino de recordar, Ella anuncia y denuncia: “La Palabra es viva y eficaz, como espada de doble filo… que revela los secretos del corazón” (cf. Heb 4, 12). ¡Que ella brille en todo su esplendor en la Fe auténtica de los guatemaltecos y restaure toda vida humana y su dignidad!