“Mientras la discusión sobre las vacunas, su efectividad, el escepticismo y su carencia agobian el presente, se nos ofrece por Papa Francisco la vacuna espiritual y no menos efectiva del recurso a la fe y la oración” (Cardenal Gianfranco Ravasi, presentación del libro La fuerza de la esperanza 28.04.2021). En efecto, iniciada este pasado 1 de mayo la Jornada Mundial de Oración del Rosario, para pedir el fin de la pandemia por intercesión de María, no solo en 30 santuarios marianos de todo el mundo, sino en las voces de los obispos de Guatemala (visite: www.iglesiacatolica.org.gt) a partir de este 10 de mayo, la realidad del efecto “sanitario” integral de la oración resalta, como dicho antes, en medio del escepticismo, la angustia por la carencia sanitaria y, al final, el pragmatismo del olvido o menosprecio de la oración cristiana, la cual es como “un grito de protesta que no debe sofocarse, sino comprenderse, acompañarse” (Catequesis 06.05.2020). Una oración que “medita la realidad” y, por lo tanto, puede iluminarla (Catequesis 28.04.2021).
Cierto: si sobre la pandemia —y ahora sobre las vacunas y su eficacia— se hacen “análisis exhaustivos”, no se puede olvidar que la oración (del latín orare, relativo al hablar vocalmente, de or, ors = boca) expresa el deseo de palpar la presencia de Dios en la crisis que se vive. Así, toda oración es también curativa en cuanto relacionada con la “meditación” (del latín medeo = curar, relativo a medicina, medicación, médico). La propuesta de la Jornada de Oración en ese mes de mayo no es otra que “hacer integral” la vivencia humana de la pandemia. La “otra vacuna” de oración/meditación también “inmuniza” de las innegables oscuridades psicológicas que, según los expertos del tema a nivel mundial, han afectado a muchos más millones que el covid-19 mismo.
Una oración que no es mera “introspección trascendental”, al estilo de algunas que entran en el pensamiento íntimo y tratan de sacar fortaleza de las convicciones, reflexiones humanísticas, pero al final ateas. La propuesta de una oración “por intercesión de María” al Dios de misericordia tiene rostro, personajes concretos: es la “oración de la Iglesia que incesantemente subía a Dios” (Hechos 12, 5), a un Dios que es siempre bueno y cercano: la oración no cambia a Dios, porque ya es bueno, sino cambia al orante en cuanto lo fortalece. Cierto también: la oración/meditación, la “otra vacuna” produce la tan mencionada “resiliencia” (del latín risilire o “ir más allá”, no quedarse paralizado en el temor o en la duda, sino buscar su superación). Resiliencia necesaria para todos, siendo así que todos sin distinción pueden sufrir la contaminación y hasta la muerte en la pandemia. Pero de modo especial, “vacuna de resiliencia” importante para la familia: las víctimas de la pandemia tienen sus rostros, historias, sueños rotos, proyectos interrumpidos.
Una oración/meditación o “vacuna espiritual” que propone un rostro materno, aquel de María, cuya oración querida por el Papa Francisco, tan conocida “Bajo tu amparo…” invita a volverse a aquellas protagonistas invencibles —si bien muchísimas de ellas víctimas—, como lo son las madres, festejadas, ojalá, con verdadero respeto y veneración este 10 de mayo. Ellas son innegables “maestras de oración” en el hogar, indicadoras de la fe, sin la cual todo se apaga (Catequesis 14.04.2021). La Iglesia, madre y maestra ella también, les confía mantener encendida la esperanza, mediante la “otra vacuna” que llama a “no caer en el temor pero tampoco en la irresponsabilidad sanitaria”, mientras compromete a la cercanía con los necesitados, tanto el cuerpo como en el espíritu: a ellos también se les descubre con la “vacuna complementaria” de la oración/meditación.