Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
El segundo domingo de Pascua tiene nombre propio: es el Domingo de la Divina Misericordia por deseo de San Juan Pablo II. Y en verdad, la Palabra de Dios en el Evangelio nos presenta a Aquel que resucitó de entre los muertos como “el Señor misericordioso”, el Buen Pastor que vuelve a la búsqueda de la oveja perdida, del discípulo “de poca fe” que necesita de su Maestro y Señor el fortalecimiento de esa fe, mediante una “segunda oportunidad”.
Ante todo, ya la primera lectura de Hechos de los Apóstoles nos da una imagen de la misericordia que era el distintivo de la primera comunidad cristiana: “todos tenían un solo corazón, una sola alma, todo lo poseían en común, nadie consideraba suyo nada de lo que tenía… ninguno pasaba necesidad”.
Este bello retrato de la misericordia, es decir, del amor fraterno que llega a la solidaridad, no es simplemente un pensamiento hermoso: a través de los siglos, por obra de los santos y santas, se ha logrado establecer verdaderos ambientes de comunidad donde la fe actúa por la caridad (Gálatas 6, 5).
Como también lo dice la hermosa catequesis que se lee en este tiempo de Pascua, la Primera Carta del Apóstol San Juan: “Conocemos que amamos a los hijos de Dios, en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos”. Si recordamos bien, el mandamiento por excelencia es la misericordia, los sentimientos y acciones prácticas del amor fraterno, que debe reflejar el amor que Dios nos ha dado como a hijos suyos nacidos en la Pascua por el Sacramento del Bautismo.
Pero, volviendo al Evangelio: si bien la escena del encuentro “a los ocho días” entre Jesús y Tomás se ha interpretado siempre como una llamada a la Fe más allá de las pruebas (Tomás dice: “Si no veo no creo” y Jesús le dirá: “Dichosos los que creen sin ver”), en el marco de este Domingo de la Misericordia comprendemos que la visita repetida de Cristo que “vuelve por la debilidad de fe su discípulo” es una llamada a que la comunidad cristiana sea paciente, amorosa, misericordiosa con la “fe defectuosa” de muchos de sus miembros: Cristo Resucitado nos da ejemplo de una misericordia que actúa por la paciencia, por la espera y que abre siempre las puertas al que falla en creer y en amar.
Hermanos y hermanas: ¡practiquemos la misericordia movidos por el Espíritu que se derrama en nuestros corazones!.
Y conozcamos desde ahora la maravillosa iniciativa del Papa Francisco, que insiste tanto en la misericordia divina y fraterna, quien apenas ayer nos ha brindado las indicaciones para el Año Jubilar de la Misericordia 2015 y 2016: que como hijos del “Dios rico en misericordia” podamos llevar al mundo la alegría del Evangelio del amor mediante un testimonio de gratitud por el perdón de Dios, y la disposición de perdonar, amar y tener entrañas de misericordia para con toda necesidad humana en el cuerpo y en el espíritu.
María, Madre de la Divina Misericordia, ruega por nosotros ¡Aleluya!.