¡La Ley de Dios no oprime, sino libera y da vida!

Queridos hermanos:

También este domingo, Cristo Maestro que es el “Dios con nosotros” en su Iglesia, nos instruye sobre el sentido y forma de acoger en nuestra vida la “ley o voluntad del Señor”.

Recordemos que en la Biblia, el Señor como un rey que gobierna, expresa su voluntad por medio de “su ley”, ¡acojamos esa ley del Señor, pues Él como nadie nos ama y sabe mejor lo que nos conviene!.

Ante todo, se nos recuerda en la primera lectura que “si queremos, podemos cumplir la voluntad de Dios”, ¡cuántas veces nos quejamos injustamente que Dios parece pedirnos lo imposible, porque no le pedimos que nos ayude a cumplir su voluntad!.

Ya Santo Tomás decía: “Si Dios te pide cosas difíciles, es para que tu le pidas su Gracia para cumplir su voluntad”.

El salmo 128 indica que “la dicha del hombre” está en cumplir esa voluntad del Señor; ¡cuidemos de no buscar la dicha en lo que el mundo cree dicha y alegría: el materialismo, la fama, una vida “como si Dios no existiera”!.

En efecto, es por ello que San Pablo en la segunda lectura habla de una “sabiduría diferente” algo que el mundo –es decir los que se oponen a Dios- no comprenden, pero que a nosotros nos es revelado por Cristo, el Espíritu Santo y su Iglesia.

Cierto, como lo dice el mismo Señor, Él no ha venido a anular la ley de Dios (los mandamientos, por ejemplo) cuyo sentido hemos perdido, ¡Dios no nos ha dado su mandamientos para oprimir o limitar nuestra felicidad, sino para darnos la libertad y dicha verdaderas!.

Cierto también que se nos pide “optar efectivamente” por lo bueno, quitar el ojo (una relación mala con el mundo), la mano (las actividades ligadas al mal en nuestra vida) el pie (los proyectos quizás provechosos pero opuestos al bien que Dios nos pide cultivar), ¡imploremos la ayuda del mismo Señor, por su Espíritu Santo, para no cerrarnos a sus mandamientos engañados por el mundo que los considera “cadena y peso” en la vida humana!

Y que ese mismo Espíritu Santo nos lleve a imitar a Cristo, quien amó siempre la voluntad del Padre, aún en el momento difícil de la cruz, cuando dijo: “Padre, no se haga mi voluntad sino la tuya” (Lc 22, 42). Que nos acompañe con su intercesión María, amante ella también de los caminos de Dios en su vida y nos haga capaces de decir como Ella: “Hágase en mi según tu Palabra” (Lc 1, 38).