En el ya vivo interés que comienza a suscitar la celebración variada del Bicentenario de la Independencia (1821-2021), la Iglesia Católica, presente en aquella hora, se siente motivada también a una reflexión comprometedora.
La razón es que todo aquello que sucede en el horizonte humano toca profundamente el corazón de los cristianos, como afirma el Vaticano II: “Los gozos y esperanzas, las tristezas y alegrías de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a su vez los gozos y esperanzas, las tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (Constitución Gaudium et spes 1). Ese interés urge a la misma Iglesia a invitar a la reflexión histórica especializada a detenerse y respirar el aire de la Verdad, de modo que los enfoques del evento y su publicación gocen de honestidad, de inmunidad ideológica de reduccionismos filosóficos, teológicos o literarios, es decir de ecos de foros parcializados: que se tenga fidelidad al método científico de la investigación, de modo que se brinde a la generación actual una base de acción también histórica, pues la libertad/independencia no puede sino construirse continuamente, dadas las tendencias a forjar de nuevo cadenas de todo tipo provenientes de las nuevas formas de esclavitud del siglo XXI.
Esa reflexión histórica especializada, pero también la noticia cotidiana que forma opinión, deben hoy, como nunca, hacer de la imparcialidad, de la sinceridad y del espíritu propositivo la plataforma que enriquezca y no empobrezca todo tipo de “celebración bicentenaria”.
Ella, la Iglesia bimilenaria, con su experiencia en Humanidad, se pone al servicio de esta reflexión (cf. San Paulo VI Encíclica Populorum progressio, 13ss) y encuentra una rica referencia en la obra de un autor por demás famoso en nuestros días, quien acerca de los bicentenarios latinoamericanos afirma: “Los pueblos viven el presente que les exige un compromiso con el pasado y el futuro: un pasado recibido para hacerlo crecer y transmitirlo a los que nos sucederán. En una frase que causa tensión, alguien expresó que el presente no es solo lo que recibimos de nuestros padres, sino también lo que nos prestan nuestros hijos para que, luego, se lo devolvamos. Un presente recibido y prestado a la vez, pero con un presente que es fundamentalmente nuestro; hacerse cargo de él es hacer patria, lo cual es muy distinto de construir un país o configurar una nación. Patria, necesariamente entraña una tensión entre la memoria del pasado, el compromiso con el presente y la utopía que se proyecta hacia el futuro. Y esta tensión es concreta. La Iglesia, en el Documento Final de la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano, asume esta percepción histórica de los pueblos del Continente, consciente de que lo “concreto católico”, que responde a la Encarnación del Verbo, es constitutivo de nuestra realidad latinoamericana…” (Jorge Bergoglio, actualmente Papa Francisco, en Bicentenario de la Independencia en los países latinoamericanos, de G. Carraquiry, 24 de enero del 2011).
Que la contribución de las buenas conciencias, creyentes o no, y en especial de los historiadores católicos honestos contribuya a seguir forjando la libertad, a seguir construyendo la “Ciudad de Dios” donde para todos —creyentes o no— Él tiene la propuesta de libertad/fraternidad que bien resume S. Agustín de Hipona: “Ama y haz lo que quieras” (Cf. Confessiones Libro 1, cap. XIII).