Ir a la raíz de las malas acciones

Queridos hermanos y hermanas:

El Señor Jesús continúa este domingo instruyendo “desde lo alto del monte” a sus discípulos: los que le rodean no son aquellas “multitudes de personas” como dice San Marcos, sino los que “le escuchan y le siguen”, es decir, en el hoy de la celebración cristiana dominical, los que hemos sido llamados a ser sus discípulos y testigos.

Este domingo, se nos invita a “ir a la raíz profunda” de aquellas acciones que son contrarias a la Fe cristiana y que van contra la “ley de Dios” que el pueblo de la Antigua Alianza no quiso vivir a profundidad.

Ya en la primera lectura de libro del Eclesiástico invita a contemplar dos cosas inseparables: la ley del Señor y la libertad de cada uno para vivirla o no: ¡una enseñanza hermosa pero delicada si no usamos bien nuestra libertad y pensamos que ella consiste en zafarnos de la voluntad de Dios nuestro Padre!.

Esta combinación entre comprender la ley de Dios y vivirla con decisión libre y “profunda” es lo que San Pablo llama “la edad adulta en la Fe”. Así el Señor Jesús indica lo que podríamos llamar “ir como adultos a la raíz de nuestras malas acciones” en cuatro campos:

  1. La violencia al hermano: Cristo acude a lo que el Antiguo Testamento conocía: la condena de la muerte por ejemplo del prójimo, pero Él lo cambia: la condena está ya dada hacia los malos sentimientos hacia el hermano: ¡cuidemos que nuestro culto a Dios no se mezcle con malos sentimientos hacia ese prójimo nuestro!
  2. La raíz del adulterio está en las pasiones descontroladas, en la deformación de la afectividad, en la esclavitud de la sensualidad: ¡cuidemos de no caer en la trampa de la infidelidad matrimonial o en el desenfreno que predican hoy tantos en nombre de una “mente abierta” y desprecian la ley del Señor!
  3. El mecanismo del divorcio, fruto de una época débil en la vivencia del amor auténtico y de la prevalencia del egoísmo e incapacidad de lucha espiritual por el esposo o esposa
  4. El jurar, que en el fondo es poner en nosotros mismos una seguridad que nos lleve  a someterlo todo a nuestro proyectos y planes donde no entra algo importante: solo Dios puede ayudarnos a realizar no lo que más nos gusta sino lo que mejor nos conviene.

Sigamos pues,  los que estamos llamados ya el domingo pasado a ser “sal y luz” en nuestros ambientes, en la escucha de Cristo Maestro de su Iglesia y recordemos como decía Santo Tomás: “La Ley fue dada con tanta severidad para que nosotros imploráramos al Señor la ayuda de su Gracia para poder cumplirla”