Humildad y Misericordia

Queridos Hermanos y Hermanas:

El Señor Jesús es el verdadero “Maestro de oración” de su Iglesia: en estos últimos domingos nos ha enseñado a agradecer, a no desistir en la oración, y este domingo nos muestra la importante relación entre “oración con humildad y misericordia”.

De hecho se supone que cuando oramos nos ponemos en la presencia del Dios infinito, siempre mayor que nosotros. Es el momento en que lo reconocemos dando gracias, alabando, o pidiendo por nuestras necesidades… es cuando reconocemos que Él es Dios y nosotros su criatura, Él es Santo y nosotros débiles y “debilitados por nuestros pecados”.

Sin embargo, en ocasiones es posible que olvidemos que “el Señor es un juez que no se deja impresionar por las apariencias… que quien sirve a Dios con todo su corazón es oído y su plegaria llega al cielo” como dice la hermosa oración de la primera lectura del libro del Sirácide.

El mismo salmo responsorial (salmo 33) nos invita a reconocer que “Él no está lejos de sus fieles” entendiendo con esto que se trata de quienes le alaban de corazón, con humildad. Hoy Jesús cuenta una de la parábolas más hermosas del Año de la Misericordia, de la cual el Papa Francisco nos ha dicho que “delante de un corazón humilde, Dios abre su corazón totalmente”.

Notemos algunos detalles:

  1. En apariencia aquellos dos hombres eran iguales en cuanto estaban orando en el lugar sagrado. Sin embargo el fariseo se “pone adelante” o sea físicamente más cerca de lugar del “santo de los santos” en el Templo de Jersualén, indica que en el fondo “se siente casi igual al Santo” es decir, a Dios. Es un hombre que ora erguido y en voz alta demostrando más aún su “soberbia”. Peor aun, no está allí para reconocer que no necesita nada de Dios, que Dios no tiene nada que agregar su vida porque “es bueno y no como el publicano”, e incluso da gracias de no ser como él, y termina haciendo el inventario de sus bondades, olvidando que lo que dice el salmo 129, 3: “Si llevas cuentas de los delitos, Señor ¿quién podrá resistir?”. Se trata del pecado de la soberbia, propio del demonio que “se siente el ángel más hermoso” (Ezequiel 28 3ss): ¡cuántos predicadores de la secta están llenos de soberbia y se burlan de la condición de pecado de los católicos!. El defecto de la soberbia es más común de lo que pensamos: es lo que cierra a  sentir la misericordia de Dios porque parece que no la necesitamos. Sabiamente indica el Papa Francisco: En conclusión, más que orar, el fariseo se complace de la propia observancia de los preceptos.  Y además, su actitud y sus palabras están lejos del modo de actuar y de hablar de Dios, quien ama a todos los hombres y no desprecia a los pecadores.  Éste desprecia a los pecadores, también cuando señala al otro que está ahí.  Aquel fariseo, que se considera justo, descuida el mandamiento más importante: el amor a Dios y al prójimo” (Catequesis del 1 de julio del 2016);
  2. El publicano en cambio, “se queda atrás” y con verdadera humildad “reconoce su situación de pecado”: ¡cuánto se ha perdido hoy la conciencia del pecado, y por tanto se olvida y se hace burla del Sacramento de la Confesión que parece “innecesario”!. El resultado es clalo: el Señor “santifica, perdona” a quien acude a su misericordia.

Oremos en este Domingo Mundial de las Misiones para que la Fe cristiana sea comprendida como un “camino de humildad, de la verdad de lo que somos” y tal como iniciamos en la Santa Misa “con el acto penitencial” alcancemos la Gracia del perdón y dejemos la comparación con el otro, verdadero síntoma de soberbia espiritual en nuestra vida.

Firma Monseñor Víctor Hugo Palma