El Señor resucitó ¡Aleluya!

Queridos hermanos y hermanas:

Un alegre saludo de ¡Felices Pascuas de Resurrección! a todos ustedes. Hoy la Palabra de Dios nos hace llegar un mensaje luminoso, es Pedro, en la primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, quien anuncia ante el asombrado pueblo de Jerusalén que la victoria final no ha sido para las fuerzas del mal que “llevaron a Cristo a la cruz y a la tumba” sino que el Señor ha resucitado y una nueva época ha llegado para la Humanidad: la vida nueva bajo el Señorío de Cristo.

Es la “buena noticia” por excelencia que la Iglesia proclamó y sigue proclamando ante la Humanidad “por mandato del mismo Señor”. Y la bondad de tal noticia la revela en la segunda lectura San Pablo: “Nosotros también hemos resucitado con Cristo”.

Cuando nosotros vivimos los momentos no fáciles de la muerte de un ser querido, o ante la idea de nuestra propia muerte, debemos repetirnos la enseñanza fundamental de hoy: “estamos destinados a compartir la victoria sobre la muerte, pues gracias a nuestro bautismo ya tenemos parte en la vida eterna de los hijos de Dios”.

Y sin embargo, San Pablo nos recuerda algo fundamental, también debemos levantar los ojos de las cosas materiales y buscar las cosas de arriba, donde está el Señor Resucitado, “demos testimonio de la vida nueva siendo un cierto “signo de contradicción” ante un mundo que no piensa en los valores espirituales.

Para ello, para celebrar la resurrección como una forma de vida, es importante nutrir nuestra fe “con la Palabra, con la oración, con la caridad”.

En la escena del Evangelio de hoy se nos habla precisamente de una fe “contra el modo de pensar del mundo”. Ante el sepulcro vacío, Magdalena “llora una aparente ausencia de Cristo”; ella es imagen de la soledad en que aún siendo cristianos nos encontramos cuando no percibimos a Jesús de un modo diferente, con una presencia diferente, en la Palabra, en los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía y en el hermano, especialmente en el más pobre.

Pero, por su parte “se preocupa” de que el cuerpo de Cristo no está en la tumba. También nosotros podemos “estar más preocupados que esperanzados” cuando notamos las grandes dificultades, los problemas antes que esas “nuevas presencias del Señor”: ¡vivamos una Fe pascual con la esperanza de que todo puede ser vencido en el nombre del Resucitado!.

Por ello, la actitud que es toda una enseñanza para nosotros es la del “otro discípulo”, el que corre más que Pedro, pero que lo deja entrar antes en la tumba. Es la figura del “amor que vence la duda, la desesperación, la sensación de que el mal puede más que el bien.

Vivamos los “cincuenta días de la Pascua, la gran fiesta de la vida nueva con actitud de esperanza y animando en esa esperanza a todos aquellos que “creen que la victoria fue de la muerte y no de la vida”.

Que María, alegre ella también por la victoria de su amado Hijo, nos ayude como Madre de la Esperanza a animar en familia, en comunidad, en Iglesia a todo hermano que necesite el alegre testimonio de la Resurrección del Señor: ¡aleluya!.