Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
La Palabra de Dios nos presenta este domingo una de las escenas más significativas de la vida de los discípulos misioneros de Cristo: en la barca, figura de la Iglesia de todos los tiempos, a pesar de las adversidades y ataques de siempre, está presente el Señor.
Su presencia sin embargo, no parece calmar el temor de los discípulos, quienes atemorizados por el mar embravecido y por el viento fuerte, le dicen: “Maestro ¿no te importa que nos hundamos?”. Y es que la barca es pequeña, frágil: precisamente como la “semilla de mostaza” del domingo pasado, pero lo que es insignificante a los ojos del mundo es el lugar de la presencia de Dios. La barca se desplaza a media noche en el mar: allí es fácilmente blanco de las fuerzas poderosas de ese mar, que en la biblia es símbolo de la historia negativa, de poderes oscuros que amenazan siempre y por todos lados a los seguidores de Jesús.
Ya lo dice el salmo 69: “Las aguas espumantes nos llegaban hasta el cuello”. En toda su historia, la Iglesia, a pesar de que para muchos es un poder temporal, con características de poder económico o político, en el fondo es siempre la “pequeña barca de Jesús”.
Pero ¿quién es ese Señor Jesús, que tiene poder de calmar el viento y el mar?: aparentemente ni los discípulos salen de la duda luego del milagro pues dicen: “¿Quién es este a quien hasta el viento y el mar obedecen?”.
Ya la primera lectura nos hace escuchar a Job, aquel hombre golpeado físicamente por enfermedad, moralmente por la desconfianza de su familia hacia él, y en apariencia “abandonado de Dios” (Job quiere decir “odiado”). También a aquel hombre el Señor le habló en una tormenta y le dijo que Él, el Señor, es quien puede poner límite al mar, como decíamos, figura de todas las fuerzas negativas. ¡Que hermosa y fuerte llamada a la confianza en Dios, a la Fe en Dios en tiempos difíciles personalmente, familiarmente, socialmente!.
Recordemos que el Dios en quien creemos es el “Dios con nosotros”, que aparentemente “duerme” pero a quien con la oración podemos acudir para que Él vuelva a alzar su mano y calme y venza el mal que surge a nuestro alrededor. San Pablo en la segunda carta a los corintios también anima nuestra fe: “El amor de Cristo nos apremia, al pensar en uno que murió por todos”.
Por ello, hago un llamado a todos y especialmente a las familias católicas de Escuintla, donde la violencia e inseguridad, donde los males familiares son tantos: ¡Sintamos siempre la presencia de Dios en los momentos de mayor dificultad! No caigamos en la desesperación por los problemas materiales, afectivos, o espirituales.
Acudamos siempre al Señor, tal y como decía hace muchos siglos el autor llamado Orígenes: “Si te parece que de pronto todo se hunde, acude a Él en la oración y recuérdale que fue él quien te llamó para entrar en su barca”.