El reino de Dios crece siempre entre nosotros

Queridos hermanos y hermanas:

En continuación con la enseñanza del domingo anterior, hoy la Palabra de Dios responde a dos preguntas que tantas veces nos hacemos: ¿dónde está y cómo actúa el bien en el mundo? y también ¿por qué Dios tiene tanta paciencia para castigar la presencia del mal en el mundo y hasta en la Iglesia?.

Son preguntas serias y más comunes de lo que pensamos, pues las malas noticias, el exceso de violencia y de confusión, la pérdida de valores que ciertamente no lo son todo, pero son fuertes, pueden hacernos caer en la duda de la existencia y acción del Señor sobre la Historia humana.

Por ello la primera lectura del Libro de la Sabiduría insiste en que “el Señor es sabio y paciente”, el autor sagrado habla con Dios, el Dios que “tiene todo en su lugar” en la creación y al mismo tiempo tiene tanta paciencia con el mal. “Das tiempo al pecador para que se arrepienta”.

Esta lectura nos hace pensar en que cada día es una oportunidad que se acorta y que ante el mal, debemos apresurarnos a entrar en el Reino de Dios, de paz, justicia, perdón y alegría. El mismo salmo responsorial insiste: “Tú, Señor, eres bueno y clemente”, nos invita a ver más allá de nuestro tiempo, de nuestra manera de contar ese tiempo y poner en manos de Dios el definir el momento de su juicio sobre la bondad y maldad humanas.

Contrariamente a nosotros que somos “impacientes y desesperados” sobre todo ante las faltas de los demás, Dios muestra un rostro paciente y misericordioso que “a muchos no les gusta” dice bien el Papa Francisco. Pero es sobre todo en el Evangelio donde el Señor Maestro de la comunidad eclesial revela un secreto: el bien y el mal en el presente están “mezclados”, pero al final reinará el bien, el mismo Reino de Dios.

Mediante las parábolas tan hermosas de hoy, Jesús no niega que existen el trigo del bien y la cizaña del mal, sembrada por el Enemigo de Dios, el Diablo. Dios, el dueño del campo del mundo no actúa “precipitadamente” como lo haríamos nosotros: deja el tiempo de la reflexión y del compromiso.

Su Reino avanza irreversiblemente pero a paso lento, como la levadura que fermenta la masa o como la semilla que si bien pequeña va creciendo hasta hacerse un árbol grande.

Pidamos al Señor que en la Familia, en la comunidad parroquial, en la sociedad cultivemos el bien y resistamos al mal pero con el bien mismo (Rm 12, 21).

Contra toda impaciencia y ante el peligro de disfrazar a venganza como si fuera justicia, comprometámonos a hacer avanzar el Reino de Dios, sin condenar porque no hemos sido condenados y reflejando como hijos el rostro de nuestro Padre, clemente, paciente, lleno de misericordia.