Dios ¿interviene en la pandemia?

Monseñor Palma - Mensaje Pastoral

Monseñor Víctor Hugo Palma

La Solemnidad de la Santísima Trinidad este domingo es oportunidad para contemplar al Dios Trino y Uno en su maravillosa acción: si bien “el mismo Dios actúa en todo”, al Padre se remite la creación de la “casa común” buena en sí misma (cf. Gen 1,3: “Vio Dios que estaba bien”) tan descuidada actualmente, al Hijo como renovador de la Creación y especialmente de la persona humana: como “Hombre Nuevo” (cf. Ef 4, 1ss) más allá del odio al prójimo, y al Espíritu Santo como el “motor de la vida renovada precisamente como hijos y no esclavos” (cf. Rm 8,15). Pero, ante los males del mundo —tanto aquellos naturales como terremotos, erupciones volcánicas como la ocurrida en Guatemala este miércoles 3 de junio hace dos años, deslaves… y pandemias— o aquellas en cierto modo peores de origen humano —guerras, racismos asesinos, organización del crimen y profusión de la droga, o la indiferencia ante la desnutrición—, etc. Ante esos males, ¿Dios interviene o la ausencia de su actividad demuestra su “no existencia” o, peor aún, “su indiferencia”?

Según el Catecismo, “Dios no es autor del mal, pues es infinitamente bueno y sus obras son todas buenas (cf. No. 385), por lo que los males del mundo más bien demuestran:

1) Que el ser humano es limitado, vulnerable en sí mismo, pero no necesariamente “abandonado por Dios”: sí, los milagros de un Dios que ha actuado terminando con pandemias se han dado en la Historia —a pesar de la negación de los ateos— como algo “gratuito más allá de los logros de la ciencia”. Y sin embargo, Jesús, si bien curó leprosos en su tiempo, “no acabó con la lepra de una vez por todas”;

2) Que en muchos de esos males se ha usado mal la libertad humana: al no prever suficientemente en salud, sino invertir en armas; al abandonar a cada uno según sus muchos o escasos recursos, al desinteresarse en la producción de la vacuna “si no fuera rentable”. Así, la idolatría del dinero, los odios ancestrales, el cultivo de la violencia y del indiferentismo son la “gran causa” de que los males se hagan “aún mayores”.

El Dios revelado por Jesucristo como Padre, Hijo y Espíritu Santo no es, pues, un Dios “intervencionista” —si bien los milagros existen y provienen de la misericordia divina, de la intercesión de los santos—: es más bien un Dios “intencionalista”: que propone el camino del bien. Él, ya presente en el hombre, que es su “imagen y semejanza” (cf. Gen 1, 3), ha dotado de inteligencia, libertad y voluntad a su criatura para que —sin ser el “dios-hombre” del ateísmo de A. Schopenhahuer (1778-1860) o “súper hombre” del nazismo— tenga en sus manos mejorar la defensa ante los males naturales: en erupciones volcánicas, con viviendas fuera de la zona de peligro; en pandemias, con previsión sanitaria; y en las causadas por la maldad humana, buscando una “nueva normalidad” que no sea volver a la misma insolidaridad y desamparo de los más pobres (Papa Francisco, La vida después de la pandemia, mayo 2020).

Su “acción providente” es estar en los mismos castigados por el mal (“Estuve enfermo y viniste a verme.., lo que hicieron con mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron” cf. Mt 25,40ss), es —sin negar los hechos extraordinarios que pueden darse— responsabilizarnos ante esos males. “Cuando pedimos no es para cambiar a Dios, que ya es bueno, es para cambiar nosotros y actuar en su nombre el bien” (J. Luján Del Dios intervencionista al Dios intencionalista (blog, citada por L. Cerviño, Celam, 2020). Un Dios de amor, en quien puede confiarse y ser parte activa de su proyecto con la hermosa oración del próximo santo Charles de Foucauld (1858-1916): “Padre, me pongo en tus manos, con infinita confianza. Haz de mí lo que quieras… porque tú eres mi Padre”.