Según la historia de Israel bajo el dominio de los griegos descendientes de Alejandro, allá por el siglo III a.C., hubo un rey déspota e impositivo de un culto a sí mismo: Antíoco (o “defensor”), quien se autoapodaba “Epífanes” (o “dios mostrado en la carne”), al que el pueblo, cansado de sus excesos, reapodaba “Epímanes” (es decir, “loco o maníaco”).
Pero en su triste historia se preparaba el suceso más inimaginable: lo divino auténtico, lo altísimo se revelaría (haría su “epifanía”) en un niño nacido ignotamente en Belén, fuera de las cámaras, de las noticia, nacido incluso “de noche”, pero mañana adorado por los “reyes magos” representantes de toda la humanidad invitada a buscar y encontrar a Dios, no en el poder destructivo o avasallador de la guerra, el dinero o la fama, al estilo de “Epímanes”, sino en la certeza de que, por segunda vez, lo humano puede reflejar los divino: el hombre ya fue creado a “imagen y semejanza” de Dios y no existe obra suya más maravillosa que el hombre, poco inferior a los ángeles (cf. Salmo 8).
Es importante devolver su sentido a la Epifanía, tan robada por el comercio, como sucede con la Navidad, al punto de que se consume, come, bebe y regala sin mencionar para nada lo divino a lo cual la fiesta debe aludir. Y qué mejor “maestro de la fe y de su sentido de búsqueda y encuentro” que aquel que ya contempla en el cielo el rostro del Dios, el recientemente nacido al cielo, el papa Benedicto XVI.
En el 2011 afirmaba: “Haciéndose hombre en el seno de María, el Hijo de Dios vino no solo para el pueblo de Israel, representado por los pastores de Belén, sino también para toda la humanidad, representada por los Magos. Y es precisamente sobre los Magos y sobre su camino en búsqueda del Mesías (cf. Mt 2, 1-12) sobre lo que la Iglesia nos invita hoy a meditar y a rezar. En el Evangelio hemos escuchado que ellos, llegados a Jerusalén desde el Oriente, preguntan: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle”… ¿Qué tipo de personas eran y qué especie de estrella era aquella? Ellos eran probablemente sabios que escrutaban el cielo, pero no para buscar “leer” en los astros el futuro, eventualmente para recaudar un dinero; eran más bien hombres “en búsqueda” de algo más, en búsqueda de la verdadera luz, capaz de indicar el camino que recorrer en la vida. Eran personas seguras de que en la creación existe lo que podemos definir como la “firma” de Dios, una firma que el hombre puede y debe intentar descubrir y descifrar”.
La Epifanía marca el fin del tiempo de Navidad, a la vez que abre el ciclo de búsqueda anual de Dios, en el 2023 para:
1) No confundir lo divino con las grandezas humanas que se hacen adorar e imponen ideologías contra la Vida, aunque se digan amigas de la libertad;
2) Invitar a buscar a Dios incansablemente, asistidos por Él mismo, quien “tiene deseo de que el hombre lo desee y busque” (S. Agustín de Hipona);
3) Reconocerlo en la carne, en la situación concreta, especialmente de los más empobrecidos, desechados y hasta asesinados —como en el caso del aborto—, pues ellos son “imagen y presencia de Dios mismo más allá de su condición” (Papa Francisco);
4) Ser “también referencia de dónde está Dios”, pues a veces los cristianos lo escondemos muy bien y terminamos rechazando adorarlo, para adorarnos a nosotros mismos: ser en cambio signo de su presencia, allí donde falta una estrella que guíe todo tipo de conciencia, sin exclusiones por motivos culturales, históricos, sociales.
Que el Papa Benedicto “colaborador/servidor de la verdad” sea pronto beatificado, puesto ante la mirada de tantos que necesitamos testigos del “esplendor de la verdad” a la que él, siempre en humildad, en santidad, reflejó y ayudó a tantos a encontrar. Hasta pronto, Santo Padre Benedicto XVI.