De pozos, manantiales… y deseos insaciables

Monseñor Palma - Mensaje Pastoral

Monseñor Víctor Hugo Palma

La seca geografía de la tierra de Jesús, en la antigüedad, hacía contar solo con dos formas de tener agua:

1) Las cisternas de agua de lluvia y los pozos, con el peligro de que, o se rajaran y escapara el agua, o que cayendo un burro en ellos se tome “agua aburrada”, etc.;

2) Los manantiales, especialmente escasos, pero que con su correr constante dan vida con agua siempre nueva. La Buena Noticia de mañana (III Domingo de Cuaresma) hace gráfica la elección humana entre Dios, fuente de agua viva y el pecado, agua envenenada que, curiosamente, causa más sed o “adicción” (etimológicamente, ir contra la razón, contra su dictado —a-dicto— arrastrándose por la pasión, el vicio).

Así:

a) La opción viciosa por el agua de pozo —o rajado o con “burro incluido”— se dibuja en la Samaritana: ella llega “siempre al mismo pozo” a llenar su cántaro viciado de poquedades. Ha tenido cinco maridos, es insaciable en su egoísmo y adicta en su delito. Pero es ella quien denuncia muy bien lo que la “psicología del deseo” diagnostica del mundo actual: “Vivir es movilizarse en busca de satisfacciones: viajar, comer, beber, jugar, trabajar, socializarse, amar, tener relaciones sexuales, reír, entretenerse, encontrar amistades, disfrutar, dormir, emocionarse, ganar dinero, gastarlo, comprar, tener cosas, ganar partidos, obtener reconocimientos, ganar batallas, ser mejor persona, etc. Esas vivencias dan una satisfacción que dura un breve período y enseguida ya apetece hacer otra cosa o volver a ponerse en marcha para obtener una nueva satisfacción, del tipo que sea. El deseo puede ser considerado una fuente de placer, pero también una fuente de sufrimiento en la medida en que no encontramos manera de satisfacerlo o de saciarlo y seguimos deseando”. (E. Susperregui, 2017, Psicólogos de Valencia).

b) Aparece uno que se llama a sí mismo “fuente de agua vida”, despreciado al inicio por la samaritana, pero al final “sanador de ella” cuando entra en su historia, la de todos los “deseos insaciables” que causan el crimen organizado, la política mal llevada, la corrupción administrativa que roba a los pobres sin escuelas ni salud para atesorar mansiones y fortunas que claman justicia, los dioses hechos a la medida de la impunidad, etc. Sí, el deseo/adicción es pozo sucio y sin fondo que devora familias, comunidades y naciones.

c) El oferente de “agua viva” logra un cambio en aquella mujer, ese cambio de vida que ofrece la Cuaresma en la premisa de que para resucitar hay que morir y dejar cántaro del pecado en todas sus formas. Decía san Agustín: “Para beber de Él hay que reconocer y combatir la sed del mal en que nos hemos formado”. Y ello ocurre y puede seguir ocurriendo, pues el poder “de su Gracia” parte de un renovar la historia de las búsquedas fallidas de felicidad (San Juan Crisóstomo).

d) San Juan Pablo II, recordado en los 40 años de su visita a Guatemala, evocaba al Espíritu Santo, necesario en toda conversión para no caer en el error del que se quejaba Dios antiguamente: “Me han dejado a mí, fuente de agua viva, y se han hecho cisternas rotas que el agua no retienen” (Jeremías 2, 13).

Que Cristo, Verdad y Vida, que el santo Mensajero de la Paz y Santa María, llena del Espíritu, actúen en la iluminación de todos los tipos de sed de Guatemala, donde se practica la impunidad judicial y para que unos beban insaciablemente del vicio de poder en forma de “servicio social” otros han de morir de sed incluso material, situación que se da en todos los estratos sociales y formas de pensamiento, incluso en la práctica religiosa, volviendo a Él y diciendo a cada “samaritana interior”: “Por ti se fatigó por el camino, por ti sintió sed, recibe lo que te ofrece para no tener tú nunca más sed del bien” (San Agustín de Hipona).