Queridos hermanos y hermanas:
Hoy celebramos la Ascensión del Señor, cuando, luego de cuarenta días después de su Resurrección, el Señor sube a los cielos donde, tal y como confesamos en el Credo: “Está sentado a la derecha del Padre”.
Hoy pues, Aquel que vino del seno del Padre, es glorificado en su regreso al cielo, pero en esta ocasión “para ser Señor” junto al Padre, tal y como dice San Pablo: “Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble” (cfr. Filipenses2, 5ss). La partida de Jesús al cielo es narrada dos veces por el mismo autor, San Lucas, en el Libro de los Hechos, donde Jesús recomienda a los suyos “permanecer en oración hasta recibir el Espíritu Santo”; la escena tiene lugar “estando a la mesa” quizás en el Cenáculo, a la recomendación de Jesús sigue la promesa de parte de “dos hombres vestidos de blanco” de que Jesús volverá, como también decimos en el Credo.
En el Evangelio, se narra de nuevo la ascensión, pero en el pequeño monte de Betania: allí Jesús “se va elevando al cielo mientras bendice a sus discípulos”. ¡Cristo en el Sumo Sacerdote que bendice a la Iglesia! Aquel que “entró de una vez para siempre en el Santuario” dice también la Lectura de la Carta a los Hebreos.
Hoy pues celebramos:
- Que tenemos en Cristo un “intercesor” misericordioso a la derecha del Padre, alguien que conoce nuestras debilidades y pide con amor por nosotros;
- Que la dignidad humana es elevada muchísimo: ¡uno de nosotros está a la derecha del Padre pues Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre;
- Que hemos de “ser una Iglesia en salida misionera constante”, no podemos “ver al cielo” sin trabajar en la tierra para que el Reino de Dios se extienda como paz, justicia, reconciliación, misericordia;
- Que como “cuerpo eclesial” de Cristo, hemos de “buscar de llegar también nosotros” a donde ya nos ha precedido Cristo Cabeza, a la gloria de Dios.
Un compromiso en fin, de “ser misioneros de la misericordia” de Aquel que ha compartido en todo nuestra condición humana, menos en el pecado (Hebreos 4, 15).
Oremos hoy por las Comunicaciones Sociales, que debe ser fuente de educación, de comunicación, de solidaridad, de propagación de la Fe, pero también funcionan lamentablemente como escuela de crimen, de vicio de destrucción de la persona humana y su dignidad.
Pidamos al Señor Jesús “sentado a la derecha del Padre” que se unan, como dice el Papa Francisco, la comunicación y la misericordia de modo que en la tierra usemos dichos medios tan avanzados actualmente para volver la mirada y el corazón a Cristo presente también en el hermano, según nos dice: “Lo que hagas a tu hermano a mí me lo haces” (cfr. Mateo 25, 20ss).