Queridos hermanos:
En continuidad con el domingo pasado, cuando la Palabra de Dios nos invitaba a “no perdernos el mejor banquete” es decir, a no faltar por ningún motivo a la Mesa de la Palabra y del Pan Eucarístico en la Santa Misa: hoy se nos invita a desear a fondo el “pan bajado del cielo” que es el mismo Señor Jesús que se da no sólo como “Palabra de vida” sino como “nuevo manah” para nuestro camino en la vida hacia la casa del Padre, ¡busquemos y no dejemos nunca de desear el Pan del Cielo, el Santísimo Sacramento!.
En la primera lectura se cumple una hermosa realidad que todo cristiano debe conocer y apreciar: en el Antiguo Testamento, se anuncia en forma de misterio lo que sucederá en el Nuevo Testamento. Moisés se encuentra en el desierto con un pueblo que aunque está ya libre de le esclavitud de Egipto, no aprecia esa libertad, sino “desea volver a comer las abundantes comidas de Egipto”, ¡cuántas veces nos cuesta apreciar la libertad de los hijos de Dios porque somos “materialistas” y adoradores de los bienes que pasan, sin apreciar el nuevo estilo de vida que nos da Dios en Cristo!.
Sin embargo ocurre el don de Dios: cae un pan al que la gente llama “manah” que se compone de dos palabras: mah (es decir “¿qué cosa es?”) y nah = “pues”): “¿qué cosa es?, pues”.
Es un alimento gratuito, sencillo, capaz de saciar el hambre y evitar la muerte: ¡son los rasgos de nuestra Santísima Eucaristía, pues Cristo es el Pan bajado del cielo!. Es un don de Dios, por lo que el salmo responsorial dice hermosamente: “El Señor les dio pan del cielo”; el Señor es quien provee lo necesario para la vida humana, aunque los humanos no lo reconozcamos en nuestra “ingratitud”.
Pero es en el Evangelio donde se aclara qué y mejor dicho “quién” es el Pan del Cielo. Confundidos por el milagro de la multiplicación de los panes, tentados por el materialismo que es todo un ídolo que roba el corazón, aquellas gentes buscan a Jesús “por los panes que recibieron”; ¡cuántas veces tambièn nosotros hacemos de la fe una “fuente bendición y prosperidad material!
Pero es acá donde el Divino Maestro revela una gran verdad y más bien se revela a sí mismo:
- Cuando las gentes dicen que Moisés les dio el pan del manah, Jesús aclara que fue el mismo Dios el que proveyó aquel alimento y ahora provee de otro: su nuevo “Pan del cielo” no es otro que el mismo Jesús;
- Jesús enseña que si bien el afán humano es por el pan material, pide que “se trabaje por otro pan, el bajado del cielo”. Por ello dice que “la obra de Dios” o sea lo que Dios pide es la “Fe en Cristo, Pan verdadero”;
- Jesús sabe que en el fondo del corazón humano hay un “hambre diferente”, como bien lo decía Amós en el Antiguo Testamento (8, 11): hambre y sed pero no de pan sino de la Palabra, ¡reconozcamos que Cristo es la Palabra, pero no un mejor mensaje, sino una palabra de alimento, tanto la que se encuentra en la Sagrada Escritura, como especialmente en la Eucaristía de su Cuerpo y Sangre!. La frase final: “Yo soy el pan que da la vida” más adelante –el próximo domingo- se revelará más todavía cuando indique que se debe “comer su cuerpo y beber su sangre”.
Pidamos al Señor “hambre, deseo de búsqueda de la Eucaristía”, ¡que no comulgar cause en nosotros la preocupación de que nos estamos perdiendo un alimento singular, el mejor pan!.
Pidamos por el drama tremendo del Protestantismo o Evangelismo que ha perdido la Eucaristía y quizás no le importa.
Y que el pan del cielo nos lleve a buscar compartir pan material con nuestros hermanos más pobres (San Juan Pablo II).