Realmente, como “aviso urgente” puede calificarse la conocida parábola en la Buena Noticia de mañana: dos existencias, la de un hombre sumamente rico y la un pobre extremo se encuentran en la Tierra y “en un abrir y cerrar de ojos” todo cambia: sus situaciones de gozo y sufrimiento, sus destinos de gloria y de condenación.
La enseñanza la emite Cristo para “estimular la sabiduría y tomar decisiones acertadas en medio de la brevedad de la vida”. Esa vida siempre abocada a la muerte, incluso de los que poblando cementerios hoy, un día de ellos se decía que “no podría morir por su mucho tener o su mucho ser en la sociedad” y sobre la que sentenciaba Séneca (m.65 d.C.): “No es que tengamos poco tiempo, es que lo perdemos demasiado”.
La parábola del hombre sin nombre o “rico Epulón” —así llamado por la expresión latina epulabat quotidie: banqueteaba a diario— y la del pobre Lázaro —diminutivo de Eleazar: “Dios ayuda”— toca puntos álgidos de toda convivencia humana:
1) El rico era “enfermizamente rico”: banqueteaba y estrenaba ropajes “a diario”, algo increíblemente cierto, “hay usos tan excesivos de la riqueza, que rayan en lo inhumano” (San Juan Pablo II). Una vivencia extrema del bienestar que cae en lo ridículo, en lo deformante de la persona misma que la “anestesia” respecto del paso del tiempo, del que decía G.A. Becquer (1836-1870), “Nacemos cuando un relámpago ilumina el cielo, y aún dura su fulgor cuando morimos”;
2) Es el “super bendecido”, según los predicadores de la “prosperidad materialista” de ciertos cultos deformantes extremos de la relación “riqueza-bendición” de Adam Smith (1723-1790) y que están de moda como expresión del materialismo de todos —ricos y pobres— de la actualidad… él es insensible respecto del que está “simplemente pasando la puerta”. De hecho se entera, pero no le permite “ni las migajas que caen de su mesa”. Otra expresión de la deformación de la superabundancia, cuando más bien: “Si las riquezas pueden erigir muros y divisiones, Jesús pide saber transformarlas en puente de comunión, pues las personas valen más que las cosas. Quien ha causado lágrimas, que consuele al que sufre, quien ha tomado indebidamente, que alivie la necesidad de otros” (Audiencia, 23/09/2019).
3) La parábola tiene dos escenas: el “antes de la muerte y juicio”, es decir el tiempo de ceguera, insensibilidad e “idolatría de la riqueza”, del embriagarse en bienestar hasta ridículo, y el sufrimiento de Lázaro “aliviado solo por los perros que lamían sus llagas” y el “después” que llega repentino, según el poema de J. Manrique (1440-1479), “Es que la muerte se acerca callando”. Cuando el hombre rico ahora en el tormento del fuego pide “ser aliviado por Lázaro o al menos que se avise a sus hermanos que aún están en la tierra” se le responde que “solo tienen hoy del aviso de los profetas”.
Que finalizando el mes patrio, en este Domingo de los Migrantes, nuestra sociedad ciertamente generosa, pero a veces indiferente, produzca trabajo, bienestar, pero evite la “enfermedad de la riqueza como idolatría” que mueve el crimen organizado, la corrupción política y hasta los sermones de falsos profetas y tenga la disponibilidad no solo para “asistir” al pobre, sino crear las formas de una promoción humana integral, dado que el aviso es urgente y ya lo decía Santa Teresa de Calcuta, celebrada el 5 de Septiembre: “La falta de amor es la mayor pobreza de la humanidad”.