Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
A todos nos ha sucedido en alguna ocasión que, buscando la casa de un amigo o un lugar al que deseamos llegar, notamos que falta un letrero claro que indique la calle, o lo que es peor, podemos equivocarnos de dirección perdernos. La situación de la preparación de la Navidad sufre hoy de muchas «falsas indicaciones, falsas direcciones»: preparar la fiesta, los obsequios, el consumo, gozar del feriado.
Esos no pueden ser los motivos de este tiempo para un cristiano auténtico: por ello la Liturgia de la Palabra insiste en un tema central: el camino de Adviento para recibir la misericordia divina. Si ya el domingo pasado se nos indicó en las lecturas bíblicas que Aquel que vendrá es Padre, Salvador y Restaurador, uno ante quien no hay que temer, si bien hay que tener una «espera vigilante y responsable», hoy la comunidad de discípulos misioneros -¡que somos todos nosotros!- se ve invitada a dos cosas:
- No equivocarse en una preparación indebida de la Navidad y todavía mas fuertemente:
- No tener temores ni reservas frente al Señor del Adviento.
En efecto, si ya es fuerte la tentación del materialismo en estos días, no es menos fuerte la tentación de temer y esconderse cuando se trata de Dios que viene a nuestro encuentro. «Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién se podrá salvar?» afirma el Salmo 130, 3. Pero la fe cristiana ha conocido en Jesús el rostro del perdón y la misericordia: por ello, aunque la figura tan seria de Juan Bautista llama a la conversión radical (Evangelio) él está en la línea de Dios, quien desea la vida y no la muerte de su pueblo peregrino (1a lectura). En este domingo por lo menos dos mensajeros famosos (Isaías y Juan Bautista) hablan del camino del Señor y dejan escuchar una invitación: El camino es duro y hay que pasar por un desierto para ir al Señor (1a lectura – Evangelio), es decir, caminar por donde a causa del pecado hay «sequedad y muerte» como efectos del pecado. Pero al final, la meta de ese camino bien lo merece: alcanzar la misericordia divina, capaz de dar vida en abundancia. Imitando a nuestra Madre Inmaculada cuya Solemnidad celebraremos mañana, como modelo de preparación fuerte en purificación para el Señor que viene, pidamos a Él que en Escuintla podamos «atravesar el desierto» de la violencia, del materialismo, del abandono familiar y preparar al Señor un corazón al que pueda llegar con sus dones de vida, paz, justicia y auténtica alegría.