Admitamos nuestra ceguera y nos iluminará Cristo

Queridos hermanos: 

Bien sabemos que “el inicio de una curación es admitir la enfermedad”. También en la vida espiritual, la ceguera o sea “no ver los caminos de Dios, no ver a los demás como hermanos y no vernos como hijos de Dios” es una “enfermedad de ceguera” que debemos admitir para sanar.

Una ceguera alimentada por el egoísmo, por la soberbia que nos lleva a tomar decisiones “ciegas” que arruinan nuestra vida y la de los demás.

De hecho, los cristianos éramos llamados al inicio de la Fe, los “iluminados”, los que salido de las sombras,  como aún nos recuerda la vela que recibimos, en el Bautismo.

Hoy el Señor nos invita a “ver bien”, con una mirada como la suya, “no en las apariencias” sino hacia el corazón, como Él vio en David al que nadie apreciaba; ¡admitamos que nuestra ceguera es ver las apariencias, buscar las apariencias y despreciar al otro por su aspecto!.

Con el salmo 22, tan conocido y rezado en los “funerales” decimos: “El Señor es mi pastor, nada me falta”, lo que sin embargo es todo un compromiso: ver los caminos que el Buen Pastor nos señala y no “ver veredas de pecado, de perdición” cuya oferta no falta en los medios de comunicación, en el falso espectáculo del mundo de cada día.

Pero es sobre todo en la 2ª historia de “encuentros con Cristo”, en esta Cuaresma del 2020, donde se nos ofrece “sanar la ceguera y poder ver de verdad”.

Es el encuentro de un “ciego de nacimiento” con alguien que no ve, sino hasta el final que se reencuentra con Él. Un hombre enviado por Cristo a “bañarse en la fuente del Enviado” o sea al Sacramento del Bautismo; ¡admitamos que nosotros un día veíamos mejor, al menos con  menos sospecha y frialdad a los demás y la vida que nos toca vivir!.

Aquel hombre “logra ver”, al final, a su Señor Jesús y confiesa su fe, otros sin embargo, los “entendidos de la Biblia” los fariseos y maestros del Templo, se quedan más ciegos todavía; ¡no despreciemos la luz, la visión nueva que Cristo nos ofrece, haciéndonos acreedores del proverbio: “No hay más ciego que el que no quiere ver”.

Reconozcamos nuestras cegueras, nuestros extravíos y acudiendo al Sacramento de la Confesión y viviendo nuestra Cuaresma como Dios quiere, podremos decir ante el mundo como aquel hombre: “Estaba ciego, pero ahora gracias a Él, puedo ver”.