La Buena Noticia de mañana (III Domingo de Cuaresma) presenta abundantemente el dato más precioso de la Revelación cristiana: la identidad de Dios, su “ser misericordia” como se titula el libro del Papa Francisco, junto a su Carta Apostólica “Misericordia et Mísera” y en fin, el inolvidable Año de la Misericordia del 2016 determinado por la Bula “El rostro de la misericordia”. Y es que ese rasgo divino ya creído en el Antiguo, en el Nuevo Testamentos se dibuja mañana en la curiosa historia de “dos plantas”.
1) La zarza que ardía sin consumirse, que en lenguaje de S. Juan Crisóstomo no es otro que el amor invencible de Dios. Allí, el Señor revela su “nombre”: aquel del tetragrámaton inefable de Yavéh (=tercera persona singular indicativo del verbo hebreo “yáh” = ser o estar, equívocamente traducido como Jeováh al introducir las vocales de “aedonai” = “mi Señor”). Nombre que, según el proverbio latino “nomen est persona” (la persona es el nombre que lleva), alude a un Dios que “está presente” en la historia dolorosa de Israel y de la Humanidad; que “ha visto y decidido bajar a liberar a su pueblo”. Como lo dice la letra de alguna canción popular, “Dios es verbo, no sustantivo”, es el que dinámicamente se acerca porque “siente” el padecimiento humano. Misericordia significa claramente en este caso “corazón que se abaja, que se avecina”. Así, la figura de la zarza, aunque el fenómeno incendiario es común en cálidos desiertos, remite a la “presencia sensible, actuante, transformante” del verdadero Dios de la historia, él no quiere “asombrar” con prodigios que llamen la atención, como sucedió con la curiosidad de Moisés, sino invitar a entrar en su misterio de amor que no se acaba.
2) La segunda planta, la higuera estéril, perfila, por el contrario, el drama de la ingratitud humana al “tiempo concedido para fructificar”. El misterioso diálogo entre el dueño del terreno y el viñador es imagen del diálogo entre el Padre y el Hijo, la justicia divina que debe actuar con la aniquilación de la higuera estéril se detiene ante la intercesión del que dará el fruto más hermoso, el de la vida, al estar colgado en árbol de la cruz. Y queda claro, al “tiempo extra de misericordia deben corresponder los frutos esperados”, que no son sino la conversión y el amor en Cuaresma. Pero invitar a contemplar la misericordia divina en tiempos de guerra, como el actual conflicto Rusia-Ucrania, es todo un reto, falta sensibilidad ante el dolor de quienes ven la destrucción de sus hogares, de su familia, de su mundo por razones “sin razón” como sucede en toda guerra.
En su urgente mensaje de paz dice Papa Francisco: “En nombre de Dios, que se escuchen los gritos de los que sufren y que cesen los bombardeos y los ataques. Que haya un enfoque real y decisivo en la negociación y que los corredores humanitarios sean efectivos y seguros. En nombre de Dios les pido ¡detengan esta masacre!”. Y también: “Pido a todas las comunidades diocesanas y religiosas que aumenten los momentos de oración por la paz… Dios es solo Dios de la paz, no es Dios de guerra, y los que apoyan la violencia profanan su nombre” (Rezo del Ángelus 13 de Marzo del 2022).
Que de modo especial para los cristianos que viven la Cuaresma, esta sea el tiempo “extra” de oportunidad para dar uno de los mejores frutos: la paz, cuya ausencia llora el mundo entero por la guerra y sus consecuencias.
Pedirlo a San José, recordado hoy como humilde y pacífico caminante en la Fe. Él interceda por el inolvidable Monseñor José R. Pellecer, fallecido hace poco, el hombre de la aventura del Espíritu y la sonrisa perenne, del ingenio y de la fidelidad que no pasan, sino quedan como frutos perdurables en el breve tiempo que nos toca vivir.