Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
El mensaje que nos ofrece la Liturgia de la palabra de este domingo puede resumirse en una frase del salmo responsorial: “Tu gracia vale más que la vida”. La gracias es ante todo la filiación divina y todo lo que Dios va haciendo para que esa relación con Él no se rompa por el pecado. Pues bien, esa relación de amistad con Dios vale más que la vida. El ser humano se aferra fuertemente a la vida, seguramente es una de las cosas que más valora. La gracia de Dios vale más que la vida. ¿Creemos esto? ¿es realmente Dios lo más importante de la vida o nos importa más la salud, el dinero o el amor?
Esta experiencia de que Dios es lo más importante de la vida aparece reflejada en las tres lecturas de este domingo:
La primera lectura del profeta Jeremías cuenta una experiencia del propio profeta: está cansado de tanto tener que denunciar los pecados del pueblo de Israel; le hubiese gustado llevar un mensaje más consolador; incluso está decidido a dejar de hablar de las cosas de Dios. Pero se da cuenta de que la Palabra de Dios hace fuerza en su interior, intenta contenerla y no puede, porque Dios le ha seducido. Dios es más fuerte que las incomprensiones que sufría en su misión.
Cuántos hermanos y hermanas hay que ante las pruebas de la vida se acobardan, silencian su ser cristianso, o lo que es peor, se rebelan contra Dios. En el fondo piensan que su vida, su reputación, lo que piensan los demás de ellos es más importante que Dios.
La segunda lectura de San Pablo nos dice que no nos ajustemos a este mundo, sino que nos convirtamos para que sepamos discernir lo que es la voluntad de Dios. En otras palabras ¿qué tiene más peso en nuestra vida? los criterios de Dios o los criterios del mundo? ¿qué tenemos más en cuenta a la hora de decidir sobre algo, de planear algo, de optar por algo, el tener, el poder, el gozar, el amor a los demás la solidaridad, el servicio?
El texto del Evangelio sigue con el mismo tema: Jesucristo anuncia su pasión y muerte y Pedro no lo entiende porque piensa como los hombre y no como Dios. Pedro es la expresión de las dos fuerzas que luchan en nuestro interior: el deseo de vivir en gracia y la inclinación al pecado. Pedro está siguiendo a Jesús y no acababa de comprender que jesucristo tenía que padecer para salvarnos, sin embargo luego terminará dando su vida por Jesús. Nuestro recuerdo cariñoso y nuestra plegaria por el Pedro de nuestro tiempo, el Papa Francisco, no dejemos de orar por él para que siga confirmándonos en la fe.
¿Comprendemos nosotros que para llegar a la resurrección hay que pasar por la pasión? ¿Lo aceptamos en nuestra vida concreta cuando nos llegan momentos de cruz? Ser discípulo de Jesús implica negarse a uno mismo, cargar con la cruz y seguir al Señor, esa es nuestra identidad, ese es el único camino.
Ser discípulo es entrar en comunión con la vida de Jesús y sus valores; entrar en comunión con su causa: el Reino de Dios y entrar en comunión con su destino, que es la cruz. Tenemos que asimilar en nuestro cristianismo este aspecto de cruz, de dolor, de sufrimiento, de incomprensión, como algo que no podemos evitar para llegar a la dicha, a la felicidad. Y no lo podemos evitar, porque ser discípulos de Jesús implica ser signos de contradicción en medio del mundo. No olvidemos nunca que la gracia de Dios vale más que todo en el mundo, ¡aunque eso nos cueste algún tipo de sacrificio!