Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
En este XX domingo del tiempo ordinario la liturgia nos presenta un singular ejemplo de fe: una mujer cananea, que pide a Jesús que cure a su hija, que “tenía un demonio muy malo”. El Señor no hace caso a sus insistentes invocaciones y parece no ceder ni siquiera cuando los mismos discípulos interceden por ella, como refiere el evangelista San Mateo. Pero, al final, ante la perseverancia y la humildad de esta desconocida, Jesús condesciende: “Mujer, ¡que grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas” (Mt 15, 21-28).
“Mujer, grande es tu fe; que te suceda como deseas”. Desde aquel instante, constata el Evangelio, su hijo quedó curada. Pero, ¿qué le sucedió durante su encuentro con Jesús? Un milagro mucho más grande que el de la curación de la hija. Aquella mujer se convirtió en una “creyente“, una de las primeras creyentes procedentes del paganismo. Una pionera de la fe cristiana. Nuestra predecesora.
¡Cuánto nos enseña esta sencilla historia evangélica! Una de las causas más profundas de sufrimiento para un creyente son las oraciones no escuchadas. Hemos rezado por algo durante semanas, meses y quizá años. Pero nada. Dios parecía sordo. La mujer Cananea se presenta siempre como maestra de perseverancia y oración.
Quien observara el comportamiento y las palabras que Jesús dirigió a aquella pobre mujer que sufría, podía pensar que se trataba de insensibilidad y dureza de corazón. ¿Cómo se puede tratar así a una madre afligida? Pero ahora sabemos lo que había en el corazón de Jesús y que le hacía actuar así. Sufría al presentar sus rechazos, el riesgo era que la mujer se retirara. Sabía que la cuerda, si se estira demasiado, puede romperse. Pero era necesario ayudarla no solo a pedir una curación, sino a crecer en la fe.
Dios, por tanto, escucha incluso cuando parece que no escucha. En Él, la falta de escucha es ya una manera de atender. Retrasando su escucha, Dios hace que nuestro deseo crezca, que el objeto de nuestra oración se eleve; que de lo material pasemos a lo espiritual, de lo temporal a lo eterno, de lo pequeño a lo grande. De este modo, puede darnos mucho más de lo que le habíamos pedido en su primer momento.
Con frecuencia, cuando nos ponemos en oración, nos parecemos a un campesino que había recibido la noticia de que ser será recibido por el rey en persona. Es la oportunidad de su vida: podrá presentarle con sus mismas palabras su petición, pedirlo lo que quiere, seguro de que le será concedido. Llega el día y el buen hombre, emocionadísimo, llega ante la presencia del rey y ¿qué le pide? ¡un quintal de estiércol! para sus campos. Era lo máximo en que había logrado pensar. A veces nosotros nos comportamos con Dios de la misma manera. Lo que le pedimos comparado a lo que podríamos pedirle no es más que un quintal de estiércol, cosas que sirven de muy poco, es más, que a veces incluso pueden volverse contra nosotros.
San Agustín era un gran admirador de la Cananea. Aquella mujer le recordaba a su madre, Mónica. También ella había seguido al Señor durante años, pidiéndole la conversión de su hijo. No se había desalentado por la falta de respuesta. Había seguido al hijo por muchos lugares, durante varios años, hasta que vio que regresaba al Señor. En uno de sus discursos, recuerda las palabras de Cristo: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; toquen y se les abrirá” y termina diciendo: “Así hizo la Cananea: pidió, buscó, tocó a la puerta y recibió”. Hagamos nosotros también lo mismo y también se nos concederá el don maravilloso de la fe.