Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Indudablemente la predicación y el proceder de Jesús provocaban sorpresa y admiración, pero en muchos casos también rechazo y condena, sobre todo de parte de la gente que tenía cierto poder sea político, económico y religioso. Realmente no comprendía a Jesús porque les parecía un Mesías que no se ajustaba a sus pretensiones e intereses.
Las palabras de Jesús nos recuerdan las palabras del Magníficat que la Santísima Virgen entonó al escuchar el Saludo de Santa Isabel. En todas las Sagradas Escrituras parece, como una constante, el tema de la elección privilegiada de los últimos, de los que no cuentan a los ojos del mundo. A los que se sienten cómodos con su poder y su riqueza esto les provoca rechazo y molestia, pero en los humildes y sencillos motiva la alabanza y la acción de gracias. Como lo hace Jesús en el evangelio de este domingo.
Nuestro muy amado Papa Francisco el pasado 14 de marzo dijo: “Ustedes, queridos hermanos, no tengan miedo de hacer esta contribución a la Iglesia para el bien de toda la sociedad. Pero si no existe la piedad, hoy en día hay pocas posibilidades de entrar en un mundo de heridos que necesitan comprensión, perdón y amor. Por esto no me canso de llamar a toda la iglesia a la Revolución de la Ternura”.
Contemplar la humildad de Cristo montado en un pollino, ese Cristo manso y humilde de corazón nos convence de la urgencia de esta revolución de la ternura a la que nos llama el Papa. Como Iglesia estamos llamados a lanzar este proyecto de Jesús con verdadera convicción. Recordemos al mundo en el que vivimos, que no es el poder y la fuerza lo que salva al mundo, sino la humildad y la sencillez de uno que fue crucificado por amor a todos nosotros.
En su exhortación “Evangelii Gaudium” No. 288, el Santo Padre nos dice que “Hay un estilo mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos que la humildad y la ternura no son virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros para sentirse importantes.
Mirándola descubrimos que la misma que alababa a Dios porque «derribó de su trono a los poderosos» y «despidió vacíos a los ricos» (Lc 1,52.53) es la que pone calidez de hogar en nuestra búsqueda de justicia. Es también la que conserva cuidadosamente «todas las cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2,19).
María sabe reconocer las huellas del Espíritu de Dios en los grandes acontecimientos y también en aquellos que parecen imperceptibles. Es contemplativa del misterio de Dios en el mundo, en la historia y en la vida cotidiana de cada uno y de todos. Es la mujer orante y trabajadora en Nazaret, y también es nuestra Señora de la prontitud, la que sale de su pueblo para auxiliar a los demás «sin demora» (Lc 1,39).
Esta dinámica de justicia y ternura, de contemplar y caminar hacia los demás, es lo que hace de ella un modelo eclesial para la evangelización. Le rogamos que con su oración maternal nos ayude para que la Iglesia llegue a ser una casa para muchos, una madre para todos los pueblos, y haga posible el nacimiento de un mundo nuevo.
Es el Resucitado quien nos dice, con una potencia que nos llena de inmensa confianza y de firmísima esperanza: «Yo hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). “