El Señor Jesús, Maestro que vive en medio de su Iglesia, de su comunidad de discípulos misioneros, indica hoy otra característica fundamental de la vida eclesial: se trata del “perdón de las ofensas” como camino para la armonía, para la paz y la verdadera fraternidad de los cristianos.
Recordemos ante todo que “perdón” quiere decir “don o regalo doble” y que por lo tanto no es la compensación por las ofensas o daños recibidos. El perdón procede de Dios, del Dios Santo qué es tan diferente al ser humano que, aunque es su creatura, está herido, marcado por el pecado.
Como bien lo dice la primera lectura del libro del Eclesiástico: “El pecador tiene rencor y cólera”: es la mentalidad del mundo, del mundo de todos los tiempos, donde “la venganza se disfraza de justicia”.
¡Evitemos el cristianismo extraño de las sectas evangelistas que leen con tanto gusto aquello de “ojo por ojo, diente por diente”, una actitud del Antiguo Testamento (Éxodo 21, 24) tan opuesta a lo indicado por Jesús acerca del perdón (Mt 5,3). Por ello, como dicho antes, hemos de volver en oración los ojos al Dios de Jesucristo el cual es “compasivo y misericordioso” (Salmo responsorial de hoy).
San Pablo por su parte nos invita a no “vivir para nosotros mismos sino para el Señor” (segunda lectura de la Carta a los Romanos), ello implica que nuestro modo de pensar, de reaccionar incluso frente al mal, ha de ser diferente: ¡cuántos cristianos limitamos nuestra Fe a una práctica cultual en el templo que no afecta nuestras relaciones en familia, en sociedad, donde somos vengativos, violentos incapaces de perdonar como aquellos que se dicen fuera de la Fe!.
Como parte de la comunidad auténticamente suya, el Maestro hoy responde a Pedro –de nuevo en el Evangelio- que no basta perdonar siete veces sino “setenta veces siete” es decir, sin límite. Es la única y más auténtica forma de ser en verdad “imitadores configurados con Cristo” quien en la cruz pidió: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34).
La semana pasada el Papa Francisco pedía a Colombia un país destruido por muchas décadas de odio, violencia, confrontación: “No se dejen vencer por los deseos de venganza”.
Que nosotros en la tierra escuintleca testimoniemos la Fe cristiana perdonando en primer lugar “en casa” pues en ocasiones la división familiar –sin sentido y por muchos años- divide las familias y educa a los más jóvenes en la venganza.
Estando en estas semanas celebrando la forma de libertad nacional o “independencia” recordemos el proverbio: “El perdón es en realidad la única fuerza que sana y libera”.
Pidamos, sin embargo, esta capacidad al Espíritu Santo, imploremos esta fuerza esencial para decirnos cristianos y poder entonces pedir en el Padre Nuestro: “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Que Nuestra Señora de los Dolores implore para sus hijos guatemaltecos y escuintlecos la vida nueva en Cristo, que comienza con el perdón.