Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
El Segundo Domingo de Cuaresma de este año, nos invita a tomar ánimo en el camino Cuaresmal. En efecto, bien vivida, realizada con intensidad y la sinceridad la Cuaresma no es un tiempo fácil: es ciertamente un “tiempo de gozo porque estamos caminando hacia el Señor”, pero ello no quita lo “empinado” del Camino de este tiempo de más oración, ayuno y limosna.
Como Abraham en la primera lectura de hoy, sabemos que “subimos a un monte” donde hemos de darlo todo al Señor: como al mismo Abraham le fue pedido su hijo muy amado. Y sin embargo, aquel hombre santo, nuestro “padre en la Fe” como le llamaba San Juan Pablo II, es un modelo de obediencia, de entrega ante Dios que le pide lo más amado: ¡cuánto nos pide Dios, y siempre le negamos lo pedido, para seguir atados a nuestros afectos y pecados!.
Y sin embargo, allá en ese monte Abraham “ya contempló la gloria de Dios”: un ángel le impidió sacrificar a su hijo. Podemos decir que Isaac “volvió a ser dado a Abraham”, volvió a nacer… Fue ya figura de Cristo que “volvió a la vida en su resurrección” decía el autor Orígenes hace tanto tiempo. Pero ello ocurrió solo luego del “oscuro camino de dolor” que hizo su padre subiendo al monte Moriah.
Hoy también Jesús y tres de sus discípulos suben a un monte donde se muestra la gloria de Dios: en la Transfiguración que meditamos en el Santo Rosario, se muestra “el resplandor del Resucitado” (tal es el significado del vestido de Cristo que se vuelve “intensamente blanco”): junto a Él, otros dos personajes le reconocen como el Mesías. Todo ello ocurrió para que esos tres discípulos “se animaran a seguir al Señor”.
Así: la voz del Padre lo señala claramente: “Cristo es el Hijo amado de Dios, hay que escucharle”: todo es claridad y seguridad… Pedro, incluso quería quedarse en ese “monte de la certeza”: como nosotros, que queremos que todo sea claro. Y sin embargo, todo desaparece: Cristo vuelve a quedarse sólo con los tres discípulos y el camino hacia Jerusalén debe continuar.
Allá habrá otro monte, no de gloria como el Moriah, ni de claridad como el Tabor, sino de oscuridad: el monte Calvario, donde no estarán ni Moisés ni Elías, ni la voz del Padre responderá a Cristo cuando él le diga: “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. Pero ese será el mayor momento de la gloria de Cristo: la entrega de su vida por nosotros, y al tercer día, como un “Isaac vuelto a la vida” resucitará para siempre.
Pidamos al Señor el “ánimo necesario” para vivir una Cuaresma que tendrá sus momentos de lucha –si en verdad vamos a combatir el mal en nosotros-: ¡animémonos por la gloria que nos espera en la Pascua!…
Y pidamos por la paz y respeto a la vida en Escuintla: para que fruto de estos días de conversión, muchos que no vivirán la Cuaresma porque no creen, otros que la vivirán de modo extraño (sin confesarse) porque dejaron la Fe Católica… que todos podamos volver a los caminos del Señor: así podremos gozar de la paz que alcanzó Abraham al ser “más amigo de Dios” luego del monte Moriah, y podremos tener la luz de la Resurrección de la que ya gozaron los discípulos al menos por un momento en las alturas del monte Tabor.