Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas:
Celebrar la fiesta de la Santísima Trinidad, es poner toda nuestra atención en la maravillosa obra que Dios ha realizado en nosotros por medio de Cristo y del Espíritu. Hoy nos detendremos brevemente para reflexionar nuestra situación ante Dios, nuestras relaciones con Él y nuestra responsabilidad delante de Él.
¿Quién es Dios?… Esta es una pegunta que alguna vez nos la habremos hecho y que siempre nos deja en la duda.. ¿Y cómo es? Aunque parezca extraño, la misma Biblia no se preocupa mayormente por responder estas preguntas. La Biblia no es un estudio sobre Dios y sobre su esencia y cualidades. Sabe que Dios es lo Absoluto e inaccesible y no pretende penetrar en su misterio. Sin embargo, el pueblo hebreo fue un pueblo religioso. ¿Por qué? Porque supo descubrir las huellas de Dios a través de su propia historia. Y éste es el primer elemento de nuestra reflexión.
El pasado domingo nuestro amado Papa Francisco decía algo muy sabio: “Un cristiano sin memoria no es un verdadero cristiano: es un hombre o una mujer prisionero del momento, que no sabe atesorar su historia, no sabe leerla y vivirla como historia de salvación”.
La historia de nuestra Escuintla, nos exige afirmar fe en la presencia de un Dios que actúa con nosotros y en favor de nosotros. Un Dios que nos invita a ser constructores de un mundo, de una sociedad más justa donde el amor de Dios sea la experiencia de vida de todos los seres humanos.
Pensar en la presencia de Dios en la historia nos devuelve la tranquilidad de saber que no estamos solos, Dios en la historia nos devuelve la tranquilidad de saber que no estamos solos, Dios no vive allá en lo alto ajeno a nosotros, sino que forma parte de nuestras vidas e historia, habita en nuestra casa e ilumina nuestras vidas.
Esta fue la experiencia del pueblo hebreo con su historia llena de marchas y contramarchas, con sus momentos de gloria y estabilidad y con sus horas de destrucción y amargura. Al cabo de los siglos, después de recordar como estuvieron esclavos en Egipto, cómo lograron fugarse, de qué manera ignominiosa cayeron ante sus enemigos; al recordar, finalmente, su triste destierro y el regreso gozoso, bien pudieron afirmar: “¿Qué pueblo oyó la voz de Dios como la oíste tú y pudo sobrevivir” (Dt 4,32s)
No basta “Yo creo en Dios”, si tal creencia deja intacto nuestro modo de existir. “Yo creo en Dios” significa: “Yo escuché la voz de Dios”, escuché su Palabra que dio sentido a mi vida, porque era una palabra cargada de amor, una palabra llena de misericordia, Su amor ha transformado nuestra vida.
La fiesta de la Santísima Trinidad es, simplemente, la ocasión de comprender que el amor es la síntesis de nuestra fe: Al Padre lo sentimos como quien nos habla, nos elige, nos ama y nos protege; al Espíritu, como quien nos reúne en el amor y en la unidad de la vida comunitaria; al Hijo, como quien nos salva en su muerte y resurrección, haciendo de nosotros nuevas criaturas a imagen suya.
Los bendigo paternalmente: