Queridos Hermanos y Hermanas:
A muy pocos días de celebrar con gozo la Natividad del Señor a la cual nos hemos preparado durante este Adviento de la Misericordia, escuchamos este domingo la Palabra de Dios que nos invita a “buscar en lo sencillo y en los sencillos al Dios que nacerá”.
En efecto: ante todo resuena hoy la famosa profecía de Miqueas, cuyo nombre significa “¿Quién como mi Dios?” y que se dirige a una pequeñísima y humildísima población llamada en hebreo “casa del pan” (Bet- lehem): el profeta predice que la sencillez del pequeño pueblo, aún hoy existente a ocho kilómetros de Jerusalén, se verá engrandecida por el nacimiento del Pastor verdadero, deseado por el pueblo de Dios.
Miqueas escribía sus palabras en tiempos de desilusión, de desencanto en Israel ante los reyes marcados por la corrupción, la violencia y el descuido del pueblo. Curiosamente, en tiempos de Cristo que sabemos que nació en Belén, allí se criaban a los corderos destinados para los sacrificios del templo de Jerusalén tan cercano.
¡Es una primera llamada a nuestros corazones a preparar con sencillez de espíritu la próxima Navidad, lejos del consumismo y la bulla pagana de quienes hacen de éste, un tiempo frenético de comercio y celebraciones costosas, precisamente en una tierra donde ha crecido la pobreza de sus habitantes!.
Pero la segunda “llamada a la sencillez” es la que viene por el Evangelio según San Lucas: la visitación de María a su parienta Isabel. La escena ocurre en un pueblo igualmente pequeño, según algunos llamado “Ain- Karín” (algo así como “Ojo de agua”), aldea insignificante para el mundo donde María, la Madre de Misericordia como la llama el Papa Francisco, llega a ayudar a Isabel en su necesidad humana ante el próximo parto del que nacería Juan el Bautista.
¡Qué hermoso es imaginar ese encuentro que el arte y la literatura pero también la oración, como el Santo Rosario, han hecho “grande e inmortal!. Al igual que el arca del templo que contenía la “gloria de Dios” (los hebreos decían la “shekináh Adonai”), María movida por compasión a la necesidad de su parienta lleva en su seno al Salvador, pero ha hecho un camino “a pie”, en condiciones de pobreza y sencillez.
Ante su llegada, el niño salta en el vientre de Isabel, por así decirlo “danza como David ante el arca de la gloria de Dios”. Y así, en medio del encuentro de dos mujeres sencillas en las condiciones más sencillas de la historia se reúnen el último profeta, Juan, y el Cordero de Dios que nacerá en Belén.
Vivamos nosotros con “alegría espiritual sencilla” estos días: acerquémonos a la Santa Confesión, vivamos las Posadas, preparemos el Nacimiento y aquellos dones para los más pobres, perdonemos al que nos ha ofendido, comenzando por nuestra propia Familia, y seguramente el Dios misericordioso que ve lo sencillo nos dará una alegría inmensa que todo el mundo con su gloria no puede comprar: la alegría con que Jesús declaró un día: “Te doy gracias, Padre, porque revelas estas cosas a los sencillos de corazón”.
¡Ave María Purísima, sin pecado concebida!.