En 1990 aparecieron en la antigua necrópolis de Talpiot de Jerusalén, 12 osarios del siglo I d. C., uno de los cuales llevaba la inscripción “Joseph Bar Kaiapha” o José, hijo de Caiapha o Kaifás, resultando según expertos, que podría tratarse de aquel famoso Caifás, responsable de la condena a muerte de Cristo, cuando luego de la resurrección de Lázaro (abreviatura de Eleazar o “auxiliado”) indicó que convenía que muriera un hombre y no todo el pueblo a manos de los romanos (Juan 11, 50).
Pero ¿quién era este José, hijo de Caifás?, sino el “sumo sacerdote”, quien, con lugar preeminente en el Sanedrín (o “asamblea” = “juntarse” en los asientos o “edra”) y por lo tanto, más allá del rey títere de los romanos, Herodes, uno que llevando en el pecho el “efod” o joya significante de las 12 tribus de Israel y por tanto la cabeza visible del pueblo judío. El parecido de “kaifa” con el nombre escogido por Cristo para Simón al llamarle en arameo “kéfas” (“piedra”, luego Pedro), hace pensar en su intención de colocar a otro en el sitio fundamental del servicio a la unidad, ahora de un nuevo Israel, simbolizado por los 12 apóstoles en lugar de las primera tribus.
Si la comparación no deja de ser peregrina, aunque fundamentada en la homofonía de los nombres, en la Buena Noticia del XXI Domingo del Tiempo Ordinario, resulta innegable que, en lugar del antiguo signo de unidad, ahora hay uno nuevo: Pedro, la “piedra visible” del muy difícil servicio a la unidad en la Iglesia que se proclama Una, Santa, Católica y Apostólica:
1) Pedro no era el más valiente —salvadas algunas ocasiones— o el más cercano y capaz de los discípulos: poco antes, como se ha visto en los domingos anteriores, “Pedro se hundirá” en el agua y más adelante negará al Señor, pero terminará dando su vida ante un nuevo “Sígueme” del martirio (Juan 21, 19-25);
2) En la ininterrumpida lista de los “sucesores de Pedro” en 21 siglos —266 con Papa Francisco, para ser exactos— la mezcla de la debilidad y la virtud se enlazan como en un tejido de oro y púrpura: algo así como en aquella película Agonía y Éxtasis de los 60, que deja ver en la pobre personalidad de Papa Julio II y la inspiración del Miguel Ángel, que la única piedra estable es el mismo Cristo, “piedra rechazada por los hombres pero elegida por Dios” (Salmo 121, en Mateo 21, 23-43), pero que él ha querido que exista un claro referente de la unidad de su Cuerpo Místico, la Iglesia;
3) Al mismo Pedro elegido para tener una “inspiración no de la carne, sino del Padre” y guiar la Fe de la Iglesia sobre la Escritura y la Tradición, se advierte un horizonte de batallas interminables, pues su ministerio ha de moverse “entre las persecuciones del mundo y la consolaciones de Dios” (San Agustín), el testimonio de lo mismo es claro en todas las más variadas, exóticas y parciales críticas al Papa que sea. Con tal razón San Pablo VI reconocía el hecho de que “aceptar el servicio o ministerio de Pedro” ya es para muchos motivo de alejamiento. “Puesto entonces para servir a la unidad de los hermanos, no siendo un superhombre, sino alguien que dice sí a Jesús” (Papa Francisco, 29 de junio 2023).
El signo de una “catolicidad” (del griego: kat = encabezar, encauzar y holón = todo) abierta como nunca “a todos sin excepción”, una vez se quiera vivir la vida nueva que propone Jesucristo. Solo conociendo sin prejuicios la esencia de la figura de Pedro en la Historia de 21 siglos de Fe cristiana y católica se puede comprender la aceptación o el rechazo que a “cada Pedro” le toca vivir. Se comprende como el actual Pedro (Francisco) que: “en Pedro está todo esto: la fuerza de la roca, la fiabilidad de la piedra y la pequeñez de una simple piedrita” (Papa Francisco, 29 de junio 2023)