Queridos hermanos y hermanas:
Una de los fundamentos más hermosos y propios de la Fe cristiana es la oración: el diálogo con Dios Padre Misericordioso, según el modelo de Jesucristo, y en el Espíritu Santo.
De la definición de la oración el Catecismo nos ofrece las palabras de Santa Teresa de Jesús: “Para mí, la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como en la alegría” (Catecismo, No. 2558).
Sin embargo casi siempre oramos para pedir, suplicar quizás, lo que necesitamos y casi siempre, en el plano de la necesidad material. La Palabra de Dios en este XVII domingo del Año de la Misericordia nos revela la “oración de intercesión”, a partir de la escena de la primera lectura donde Abraham pide misericordia de Dios para con gente malvada y depravada como eran los habitantes de Sodoma y Gomorra.
El santo patriarca pide no para sí, sino para ajenos, y lo hace al estilo de un comerciante que “regatea el precio”. De su ejemplo aprendemos la confianza en que Dios escucha siempre nuestra intercesión.
Sin embargo, recordemos que la oración no cambia a Dios de malo a bueno, de insensible a misericordioso: Dios siempre es bueno, la oración nos cambia a nosotros pues nos hace más fuertes.
En el Evangelio Cristo revelador de la misericordia del Padre se convierte en “modelo de oración”. El enseña a sus discípulos aquella maravillosa plegaria que la oración cristiana por excelencia, el Padre nuestro. ¡Lastimosamente las sectas fundamentalistas y el error del protestantismo se burlan incluso de esta oración que el mismo Señor nos ensenó!.
El Padre nuestro nos educa a pedir:
- En primer lugar lo que serían “los intereses de Dios” (que se santifique su nombre, que se haga su voluntad, etc.). Es decir, para orar comenzamos olvidando lo propio y buscando que Dios sea alabado, honrado, por sobre todas las cosas;
- En segundo lugar, pedimos no solo el pan de cada día o que se nos libre del mal, sino pedimos “ser perdonados, ser objeto de misericordia” como se supone que nosotros perdonamos y tenemos misericordia de nuestros hermanos.
Jesús continúa con los ejemplos de los padres que dan cosas buenas a sus hijos, y nos invita a tener la confianza de que “el mejor padre” Dios mismo, siempre está atento no a nuestra insistencia, sino a la necesidad que tenemos: ¡cuántas veces no pedimos ser mejores sino tener mejores cosas!.
Recordemos que una obra de misericordia en este Año tan especial y siempre es “orar por los que no oran e interceder por quienes pasan momentos verdaderamente difíciles”.
Pidamos nosotros también en este mes de Julio, por “las gentes del mar”, cuya realidad tenemos en los puertos de Escuintla y el mundo: ambientes de mucha dificultad, de mucha violencia, de mucho vicio.
Que Nuestra Señora del Carmen, Madre de Misericordia acoja como mamá atenta nuestra oración, especialmente cuando la hacemos por quienes sufren más que nosotros en el cuerpo o en el espíritu.