Mensaje Pastoral Diocesano
con ocasión de la Cuaresma 2017
¿Dónde está tu hermano?
(Gen 4,9)
Al Presbiterio Diocesano
A los Seminaristas Mayores y Menores
A las Religiosas
A los Movimientos Eclesiales y Asociaciones de Piedad Popular
A los Fieles Católicos
A los hombres y mujeres de buena voluntad de la Sociedad Escuintleca
Con el inicio de nuestro ciclo cuaresmal 2017 entramos en un “tiempo de conversión”, es decir, de toma de conciencia y arrepentimiento de nuestras culpas ante Dios, así como en un tiempo de esperanza: el Señor nos ayudará a volver al camino de la vida, y nos concederá en la Pascua una existencia renovada por la Gracia del Resucitado.
Nos motiva a la conversión el repunte de la violencia, los atentados contra la vida y la proliferación del vicio, la indiferencia y el error religioso en Escuintla. Por ello, mientras caminamos estos días en espíritu de penitencia, de escucha intensa de la Palabra y en la práctica de las obras de misericordia, queremos detenernos a meditar con el Papa Francisco en su propuesta cuaresmal 2017. “La palabra es un don, el otro es un don”.
1) Escuchemos la Palabra de conversión
Tal como nos indica el Sucesor de Pedro, el hombre rico en la parábola del pobre Lázaro en el Evangelio de Lucas estando ya en el infierno “quería que sus hermanos aún en la tierra escucharan la Palabra de conversión”. Aquella que Caín que dejó oír en su conciencia cuando decidió matar a su hermano Abel (Gen 4, 1ss). Nosotros la tenemos hoy, la hemos de escuchar hoy mediante la predicación del párroco, del sacerdote, mediante el mensaje de las religiosas y catequistas.
La Palabra es una “espada de doble filo” (Heb 4,12): denuncia nuestras culpas de vicio, de violencia, de indiferencia, de materialismo, pero también nos anuncia el futuro de la vida nueva en justicia y santidad. Encomiendo a los sacerdotes sobre todo, hacer una predicación intensa, usando todos los medios posibles para que no falte el “pan de la Palabra” que llame a la conversión; sin excluir a nadie de su anuncio y con el valor de llevarla a los más alejados.
2) Abramos los ojos y el corazón al hermano
Como lo indica el Papa Francisco, el pecado “nos ciega y no deja ver al hermano”: como en la parábola ya mencionada, el otro “está detrás de la puerta” con sus necesidades pero simplemente no lo vemos pues estamos ciegos por nuestra vida desordenada. O como Caín en la ilustración del Mensaje: da la espalda a su hermano Abel.
Esto ocurre en la Familia cuando hablamos de todo con todos, menos entre esposos o con los hijos de las cosas de Dios, ocurre en el mundo, cuando se opta por el aborto o se lo procura pues “ese niño no se ve” y por lo tanto no importa. Ocurre en fin, en la sociedad escuintleca que sufre de mucha violencia, pero está tan llena de vicio y de superficialidad que “no vemos ni sentimos” lo que el otro sufre en el cuerpo o en el espíritu.
3) Busca a tu hermano, y encuentra a Cristo en Él
No podemos, en fin, hacer como Caín: se hizo sordo a la voz de su conciencia, y vio a su hermano como rival y enemigo. Dios nos pregunta como a él: ¿Dónde está tu hermano? ¿Qué le has hecho de malo o qué bien no le has hecho?.
Pido pues, a todos los “confesores” que tengamos en cuenta este año también aquel “examen de conciencia” del Año de la Misericordia: que nos preguntemos por las acciones concretas contra Dios y el hermano y contra nosotros mismos, pero también por ese bien no realizado: “Tuve hambre, y no me diste de comer, tuve sed y no me diste de beber, estuve desnudo y no me vestiste” (Mt 25, 35).
Que el signo de la Ceniza que recibimos este Miércoles inicio de Cuaresma, que la oración del Santo Viacrucis los viernes de Cuaresma, que las “procesiones de Semana Santa” no sea un culto vacío donde falten la escucha de la Palabra o la cercanía al hermano.
Y que en este Camino de conversión todos hagamos como Pedro a la orilla del lago: echó de nuevo las redes y recibió el milagro de los peces (cfr. Lc 5, 1-11) Dios siempre responde con su gracia al que le pide perdón y paz.
Nos acompañe María Santísima, Madre de Misericordia, Inmaculada en su Concepción bajo cuyo manto nos acogemos suplicantes de la Gracia de Dios.