Queridos hermanos:
La vida cristiana es ante todo “comunitaria, eclesial” puesto que estamos llamados a creer, a vivir y a salvarnos “en Iglesia” (Papa Francisco, “Quiso Dios”, sobre la salvación en comunidad 26 de Febrero 2018).
Es decir, la reunión cristiana dominical física es una signo de lo que somos: “comunidad, familia en camino” para ser responsables unos de otros. Cada uno está llamado a “cuidar de su hermano”, ¡evitemos el individualismo propio del mundo actual, donde cada uno se asiste a su culto, a su celebración, sin importarle a fondo la vida de los demás!.
Sin embargo, para poder dar ese hermoso fruto de “cuidado o corrección fraterna” es importante “discernir” tener un criterio verdadero, emitir juicios que no sean “prejuicios” movida por el rencor, el odio, la envidia o por un sentimiento de superioridad.
El excelente libro de Sirácide en la primera lectura invita a usar la razón, a trabajar por la justicia, ¡no nos quedemos indiferentes ante los males del mundo que al final nos afectan aunque no lo queramos o nos sintamos alejados de esos males!.
Es por ello que si tenemos un verdadero interés en el hermano, por su bien, buscaremos tener un corazón puro, iluminado por la verdad para hablarle “para corregirle” pues “un ciego no puede guiar a otro ciego” advierte Jesús en el Evangelio.
El Maestro se dirige a su Iglesia de todos los tiempos:
1) En ella es posible tratar de corregir al hermano pero desde una vida o capacidad de juicio dañados por los propios pecados, ¡evitemos los chismes que revelan no la verdad de la falta del otro, sino más bien nuestra incapacidad de acercarnos y ayudar con valor y aprecio al hermano equivocado, mediante el diálogo sincero!
2) Jesús nos advierte de esos juicios sin objetividad pero de tanta difusión, de tanta hipocresía como sucede lamentablemente con las redes sociales, como sucede tristemente en nuestros días, se denuncia rápidamente, sin deseo de corrección sino de destrucción;
3) Finalmente, el Señor nos invita a un discernimiento por así decirlo, dirigido a nuestra propia existencia: ¿realmente damos frutos buenos como la justicia, la paz, el perdón, la alegría auténtica? ¿O más bien contribuimos, por indiferencia o complicidad, a los males del mundo: resentimiento, materialismo, confusión sobre el valor de la vida y dignidad de la persona humana?.
En síntesis: este domingo “de tanto sabor comunitario” nos invita a ser “misioneros de la verdad en el juicio para con los demás”; interesarnos por aquellos a los que no hemos advertido “a tiempo” y cuyo fracaso cristiano nos afecta y debería importarnos más.
Invoquemos la acción del Espíritu Santo para que como “maestro interior” nos ayuda a evitar la hipocresía, la falta de objetividad y el difundir “los frutos malos de un corazón alejado del Señor”.
Nos anima la proximidad de la Cuaresma, camino hacia el Misterio Pascual, como dice San Pablo: en la resurrección de Cristo la corrupción ha sido vencida. ¡Trabajemos por llevar esa vida nueva libre de toda forma de muerte, de falsedad, al “cada día” de nuestra vida en familia, en comunidad, en Iglesia.