Queridos Hermanos y Hermanas:
En la hermosa celebración del Año de la Misericordia, sin duda que este Domingo de Pascua es muy especial; en la resurrección de Cristo celebramos que la luz venció a la oscuridad, la vida a la muerte, la misericordia al odio y al castigo.
¡Gracias Padre de Misericordia, hoy ha vuelto a la vida el Pastor misericordioso que dio la vida por su rebaño, que es la salvación de su pueblo!.
En la Palabra de Dios se nos invita hoy a “comprender la historia de Cristo en su pasión, muerte y resurrección como la historia de la victoria del amor”. En efecto, Pedro, lleno del Espíritu Santo, resume la historia de Cristo, a quien muchos en Jerusalén por motivo de la pascua judía, habían visto morir en la cruz; ahora Pedro anuncia su resurrección, que es no simplemente una “victoria o muestra de poder” sino el cumplimiento del plan de redención amoroso de Dios.
Nosotros bien podríamos aplicar acá la enseñanza de San Pablo: “El amor todo lo soporta… el amor no acaba nunca” (1 Corintios 13, 6-8). La historia de la Pasión, como decíamos el Domingo de Ramos es una “historia de amor invencible de Dios” como dijo el Papa Francisco (Catedral de Banguí, Africa Central, 29 Noviembre 2015).
Tal es la Buena Nueva que como cristianos católicos debemos proclamar: en la resurrección de Cristo no se muestra un “poder vencedor” más que el amor que vence la muerte, el odio, la condena, pues todo ello sucedió para que “los pecadores fuéramos salvados” y no condenados.
Es así como en el Evangelio se habla del “encuentro con el resucitado” de varios personajes:
1) De María Magdalena que sale “estando todavía oscuro” a buscar sin resignarse a perderlo, a aquel que la había perdonado y liberado del mal: ¡es el amor que nosotros como discípulos deberíamos sentir “en gratitud” a Cristo misericordioso que nos ha devuelto a la vida!;
2) Le busca con preocupación Pedro, y de momento no comprende, se preocupa de la perdida de su Señor, porque en el fondo intuye que “ha perdido a quien el ha amado y cambiado su vida para siempre”;
3) Le busca y en cierto modo “lo encuentra en una presencia invisible” Juan que se llama a sí mismo “el otro discípulo” y en otras partes del Evangelio se llama “el discípulo amado”; precisamente es éste quien “viendo que no está, cree lo que dicen las Escrituras”, y lo que las Escrituras dicen hasta hoy es que “Dios es amor” (1 Jn 4, 8) y –como ya indicábamos de San Pablo- el amor no muere nunca. Este discípulo es quien puede encontrar a Cristo sin verlo, sentirlo ahora sin palparlo, porque lo une a Él el amor.
Vivamos también nosotros la Misericordia, que ha movido a Dios a salvarnos, y por ese medio maravilloso tendremos parte en la resurrección. Resucitar no es algo extraño, un simple volver a movernos, a caminar, sino participar de la vida divina e inmortal precisamente porque amamos como hemos sido amados.
Según lo dice San Juan: “En esto conocemos que hemos pasado de la muerte a la vida, si amamos a nuestros hermanos” (1Jn 3, 14).
Que la Misericordia de Dios nos dé en cada Familia escuintleca, en cada comunidad, en cada cenáculo parroquial, la capacidad de una vida nueva fundada en el amor y que tenga como frutos la paz, la justicia, la solidaridad y la verdadera alegría: ¡Felices Pascuas de Resurrección para todos ustedes!.