Queridos hermanos y hermanas:
Como revelador de la misericordia del Padre, el Señor Jesús realiza este domingo una “obra de misericordia espiritual”; Él nos llama la atención sobre el grave peligro de “perder de vista el futuro de nuestra existencia” y de afincarnos en las seguridades materiales, tan pasajeras y engañosas, perdiendo el sentido de lo que decimos en el Credo: “creo en la vida de un mundo futuro”.
Y es que la tentación de “adormecernos y sentirnos seguros” en la materialidad de las cosas, de las relaciones humanas sin referencia a Dios, es algo que siempre ha existido. En la primera lectura, el profeta Amós lanza una fuerte “advertencia” a la nobleza samaritana de su tiempo: una sociedad enferma de abundancia (camas de marfil, banquetes opulentos) sin ver la futura destrucción de todo eso, como realmente ocurrió cuando en el año 750 a.C. el imperio de Asiria acabó con aquella situación materialista olvidada de los más pobres y necesitados de la misma Samaria.
También Jesús profetiza sobre el mismo riesgo: lo hace para “abrir los ojos al ciego espiritual”, aquel que en el mundo de la abundancia y del exceso es incapaz de ver al prójimo necesitado. Es la famosa historia del hombre rico y del pobre Lázaro (cuyo nombre quiere decir “auxiliado por Dios”). La historia tiene dos momentos:
- El hombre rico vive cada día con excesos: banquetea, se viste lujosamente, es inconsciente del “paso del tiempo de la vida”, y es incapaz de “abrir la puerta” para encontrarse con el pobre Lázaro;
- En el segundo momento, en un abrir y cerrar de ojos, todo cambia: la situación del hombre rico es de padecimiento: “se quema en el infierno” es decir, ahora “no tiene ni un poco de agua para refrescarse los labios” mientras que aquel hombre pobre y cubierto de llagas que lamían los perros ahora “sí es auxiliado por Dios” y está en el “seno de Abraham”, es decir en una existencia sin privaciones.
Lo interesante es que aunque el hombre rico suplica, “ya no se puede volver atrás”: él, como sus hermanos, tienen solo el “hoy” de la Palabra para darse cuenta de su situación y en verdad corregir los excesos con la solidaridad y misericordia.
En una realidad guatemalteca, escuintleca y mundial donde “hay tanta falta de sensibilidad ante el drama de la pobreza” pidamos al Señor “saber calcular la brevedad de la vida y tener el valor de abrir la puerta que nos separa del pobre” antes de que sea tarde y nos perdamos aquella vida eterna y plena de la que dice San Pablo: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni por la mente del hombre pasó lo que Dios tiene preparado a los que le aman” (1Corintios 2, 9).