Que, en este Jubileo de la esperanza, Jesús, María y José bendigan a las familias chapinas.
“En los siglos recientes, movidos por ideologías herederas de la Ilustración, se ha golpeado tanto al uso de la razón, al derecho fundado en la ley natural y a la familia”, advierte el filósofo español Juan Ramón Ayllón (cf. El mundo de las ideologías, Homo legens, 2019). Su afirmación es constatable en tantos ámbitos “legales” de las estructuras internacionales, que influyen en los países pobres como “colonización ideológica”, según ha denunciado el papa Francisco, pues “los pobres aparecen como descartables”.
El papa Francisco ha puesto en curso la beatificación de Balduino de Bélgica, el rey que prefirió perder el trono antes que aceptar legalmente el “derecho a abortar” en su país. E incluso la Corte Interamericana de Derechos Humanos —un tiempo vacilante, por cierto— recientísimamente afirma que “el aborto no es un derecho” (diciembre 2024), provocando el efecto esperado, los feminismos poderosos en publicidad y hasta “mentes tenidas por brillantes” —si es que abundan en la farándula— han atacado dicha declaración.
Al celebrarse mañana la fiesta de la Sagrada Familia, la Fe cristiana invita a contemplar una realidad: “Dios escogió la familia para enviar a su Hijo al mundo” (san Juan Pablo II, Familiaris Consortio – 22 de noviembre 1981); “fue la elección del mismo Jesús para venir al mundo” (papa Francisco, 17 de diciembre 2017). No solo en cada niño que nace, sino en cada familia que se constituye como unión de hombre y mujer abiertos a la vida, el mundo se reafirma como “escuela de comunión y de amor, de respeto y de fortaleza”. En efecto, la escena del Evangelio según San Lucas del “Niño perdido y hallado en el Templo” evoca la realidad del “amor por el Hijo y el deseo de reencontrarle siempre”, porque ese hijo es ante todo “don de Dios” —especialmente Cristo, concebido por obra del Espíritu Santo y destinado a redimir al mundo—.
La fiesta coincidirá con la apertura de las “puertas del Jubileo de la esperanza” en las catedrales, como ya el papa Francisco hizo el 24 de diciembre. Y es que —volviendo a la escena del Evangelio— ninguna familia está libre de momentos de tribulación, de necesidad, de enfermedad y hasta de muerte. Se piensa en las víctimas de las guerras actuales, donde no son “individuos”, sino familias quienes son golpeadas por el odio y la ambición, por la hipocresía de los fabricantes de armas y seudo “defensores de los derechos humanos” (25 de noviembre 2024). Con el Jubileo de la “esperanza que no defrauda” (Romanos 5, 5; mensaje de Navidad del 2024) se llama al enfoque en los “dramas de la familia que se extingue”, atacada por ideologías que convencen en los países “modelo de desarrollo económico”, que es más cómodo tener una mascota que un hijo y en nuestros ambientes por el “drama migratorio”, que si bien significa un flujo económico importantísimo en América Latina, no evita la ruptura de las familias, el peligro de la migración de niños y grupos familiares enteros. Como sucedió con la familia de Noé ante el diluvio, hoy cada familia está llamada no solo a hacer sobrevivir la población humana —que por cierto decrecerá en los próximos siglos—, sino a dar esperanza en el compartir, en el amar a pesar de las limitaciones de padres e hijos, a decir lo que cada uno piensa al caer el día: “Dios mío, que pueda regresar a mi casa”.
La Iglesia no la forman individuos, sino familias. Ellas misma es la Familia de los “hijos de Dios”. Que en este Jubileo de la esperanza, “en sombras de individualismo y guerra”, Jesús, María y José, la familia que se reunió de nuevo “al tercer día” de angustia, bendigan a las familias chapinas, tan marcadas por la migración, desnutrición y violencia, pero “fuertes en aquella esperanza y júbilo” que da el decir todos y cada uno en su corazón: “No descansaré hasta encontrarte, porque te amo”.