Queridos hermanos y hermanas:
Después de la hermosa celebración de la Transfiguración del Señor, hoy la Palabra de Dios nos invita a “encontrar al Señor en lo sencillo”, pareciera haber una cierta contradicción a la celebración de su aparición gloriosa en el monte Tabor, ahora se nos invita a dejar de lado lo espectacular, lo extraordinario y encontrar al Señor más allá del espectáculo: ¡evitemos esos mismos espectáculos llenos de engaños que nos presentan las sectas, las mega iglesias, las iglesias de efectos especiales!… a no ser claro, que no busquemos a Cristo, sino que tengamos sed de novedades y cosas sorprendentes.
La experiencia de Elías en la primera lectura nos alerta: el Señor no se mostró al profeta en la tormenta, en el terremoto, sino en la brisa sencilla. Sin embargo hoy persiste la sed de las cosas extraordinarias, incluso hay tantos charlatanes predicadores de prodigios, y ¡hasta los católicos gustan de dichos espectáculos!.
Es por ello que el Salmo responsorial, como tantas veces lo recordaba el Papa Francisco el año pasado, nos invita a “pedir al Señor que muestre su misericordia, su perdón y no su poder destructivo: el nombre (o sea la identidad de Dios) es misericordia, decía el mismo Papa Francisco.
Es así como el mismo San Pablo en la carta a los Romanos que escuchamos hoy nos recuerda que “Cristo nació en la carne”, es decir, en el medio común que vemos todos los días en lo humano: ¡cuidado con hacernos una idea del Señor como todo un espíritu desencarnado y que se muestra en gritos, falsos milagros, bullicios que no vienen de Dios sino del espíritu del mundo!.
Cuando Pablo habla de la “encarnación del Señor” habla de algo fundamental, lo podemos encontrar en nuestro hermano, sabiendo que es tan cierto lo que dice San Juan en su carta: “Si no amas a tu hermano a quien puedes ver, no digas que amas a Dios a quien no puedes ver” (cfr. 1 Jn 4,20), ¡evitemos una fe desencarnada, alejada de las situaciones humanas a veces más difíciles (pobreza, violencia, falta de caridad) y no nos refugiemos en un “encuentro con Dios” en cosas llamativas, lejanas del hermano!.
Finalmente en el Evangelio, es Cristo quien da a Pedro una lección al final, siempre de amor: cuando Pedro quiere imitar al Señor en lo “espectacular” caminar sobre el agua, se hunde, pues el Señor no se encuentra en lo que simplemente nos distrae, nos emociona. El Señor le tiende la mano a Pedro y le llama “hombre de poca fe”, una definición que nos viene bien a todos nosotros, no porque fallamos en cosas raras (caminar sobre el agua) sino porque en lo ordinario nos parece que el Señor está ausente.
Alguien decía: “Me parece que Dios no me escucha cuando le hablo”, y otro le respondía: “Más bien eres tú quien no sabe escucharle cuando te responde de muchas formas”.
Que en medio de un mundo de efectos especiales, los verdaderos cristianos vuelvan su rostro y su corazón a lo sencillo, incluso a lo que “no cuenta” en los criterios del mundo de la fama, de la vanidad, del poder, del engaño.
Que como bien lo dice el conocido canto: “Con nosotros está y no le conocemos”. De Santa Rosa de Lima que cumplirá 400 años este fin de agosto se cuenta que cuando su madre le reprendió por atender en la casa a pobres y enfermos, ella le contestó: «Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús.
No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús».