Queridos hermanos:
La escucha de la Palabra de Dios, en la lectura personal, en la comunidad y sobre todo en la Santa Misa es siempre un “encuentro con una persona viva” no con una bella idea, predicación o mensaje. Por eso mismo “el encuentro con la Palabra” conlleva a una vocación, a un llamado del Señor a pasar “de la contemplación, de la oración y de la escucha a la misión”.
El Señor Jesús nos pide no quedarnos como “espectadores lejanos” de lo que Él hace, sino a ser sus colaboradores en la salvación de nuestros hermanos. Hoy la “llamada a trabajar por esa salvación” la tiene un joven sacerdote, Isaías, que la narra en su Libro, el tremendo acontecimiento de la aparición del Señor en el Templo no se queda en un “show” o espectáculo de serafines, etc. El Señor le llama y le “purifica los labios” para hablar con su pueblo: ¡no hagamos de la Fe una fiesta de efectos especiales, de conmociones, de petición de favores, recordemos que en cada escucha de la Palabra hay una vocación a ayudar al Reino de Dios!.
Isaías responde generosamente: “Aquí, estoy, envíame”. Responder al llamado de Dios no es buscar intereses personales: ¡recordemos a los mártires y a los santos, cuya vocación los llevó muchas veces a sufrir la persecución por seguir el llamado de Dios!.
Por ello el testimonio de San Pablo en la segunda lectura es hermoso, Pablo no se predica a sí mismo o sus “ocurrencias o intereses” él dice honradamente “Les transmito lo que yo recibí”; ¡oremos por quienes se predican a sí mismos o cambian el sentido de la Escritura Santa para atraer a ingenuos a sus intereses económicos, etc.!.
La vocación verdadera pues, se mide por la fidelidad a una “Palabra divina y no humana” que se recibe “de la Iglesia” y no por visiones o imaginaciones personales, sino como lo dice Pablo “de lo recibido en la Fe eclesial, en el Credo de la Iglesia misma”.
Del encuentro con el Señor que conlleva una vocación nos habla el Evangelio, Pedro, maravillado porque el Señor escoge “su barca y no la otra” se sorprende más aún por la “pesca milagrosa” y pretende retirarse: “Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador”, exactamente como el joven Isaías!. Pero el Señor tiene un proyecto que sobrepasa nuestra imaginación y va más allá de nuestras capacidades, Él es el “divino pescador” que rescataba del mar del pecado a la Humanidad y ahora pide colaboración, seguimiento, y discipulado.
Pidamos al Señor “encontrarnos con Él y no con ideas y sobre todo “escuchar su llamado” imitando a aquellos sencillos pescadores que “lo dejaron todo y lo siguieron”, ¡no perdamos la ocasión de colaborar con la misión a pesar de nuestra debilidad, pues la fuerza de la llamada viene de Señor que nos hace sus enviados en medio del mundo”.
Oremos por nuestros enfermos, para que por la intercesión de Nuestra Señora de Lourdes “desde su padecimiento sean misioneros mediante la oración y ofrecimiento de su dolor”.