Queridos hermanos y hermanas:
Con mucha alegría y con mucho agradecimiento, celebramos hoy la Solemnidad culmen del Año Cristiano en Jesucristo Rey del Universo. En verdad, con gozo pues la “alegría del Evangelio” nos ha confortado durante todo el año cristiano y con gratitud pues “el Señor ha estado con nosotros” durante este ciclo como “Maestro de Vida” que continuamente nos ha instruido con su Palabra y con su Cuerpo y Sangre eucarísticos.
La vida diocesana se ha visto marcada con esa presencia suya en un tiempo en que “remando mar adentro” hemos visto de nuevo las maravillas de esperanza y vida que la Buena Nueva puede producir en todos los corazones.
Hoy, esa Palabra que no nos ha faltado nos coloca en contemplación frente al Señor que como lo indica la primera lectura, es un “rey pastor que siempre nos cuida”, ¡no perdamos de vista esta gran verdad, no estamos a merced del mal, sino somos llevados a su reino por quien nos conoce, nos ama y da la vida por nosotros! (Jn 10, 1ss)!.
Es el misterio de una presencia continua del Señor Buen Pastor y Rey de Misericordia la que nos descubre el salmo responsorial: “Nada me falta” dice el orante y nosotros podríamos decir lo mismo; con el Señor muchas cosas imposibles humanamente se han realizado pues “el Reino de Dios no es algo, sino alguien” la persona del Señor.
Aun así, este domingo contiene una llamada fuerte a nuestra conciencia: es el gran examen para ver si hemos comprendido y vivido el “reino de Jesucristo como Reino del Amor”. Por ello, es el Evangelio de San Mateo el que nos hace contemplar la imagen de un “rey y juez” que misteriosamente, como en las parábola de los domingos anteriores, “ha estado aparentemente ausente” pero que ahora “se sienta” e inicia el examen de cada uno, como lo indica el Evangelio de San Juan: “Jesús no necesitaba comentarios, pues sabe lo que hay en el corazón de cada uno” (cf. Jn 2, 13).
Y si el reino de Cristo es el amor, el examen final no puede ser sino sobre el amor que hemos vivido y practicado como bien lo ha dicho recientemente el Papa Francisco “amando con hechos y no con palabras” (1 Jornada Mundial de los Pobres, el domingo pasado).
La conocida escena nos pone:
- Ante un rey que “ya estaba escondido” por así decirlo, en el hermano: ¡la Fe cristiana es la única donde el Señor ocupa el centro y ese centro es el prójimo!;
- Ante un hermano, el pobre, el necesitado, el abandonado, el excluido, el que nos hemos acostumbrado a ver como parte del paisaje de pobreza, miseria, injusticia, migración, etc. ¡que nuestros ojos se abran ahora, antes del juicio, a quien es el Señor presente en el más pobre!.
Como bien lo decía San Juan Pablo II: hay un “encuentro vivo con Jesucristo que no es una emoción, un sentimiento sino un “reconocimiento en nuestro prójimo necesitado”.
Así, el último examen no será sobre actividades” sino sobre el “ejercicio del amor” al decir de San Pablo: “Ya puedo darlo todo, pero si no tengo amor, nada soy” (1Co 13, 2ss).
Que la “sorpresa” de encontrar al Señor en el hermano no equivalga a nuestra condenación (como dice el mismo evangelio de hoy) sino sea la puerta a la dicha más grande: imitar a Dios en su bondad (cf. Ef 5, 6ss).
Que María Reina ella también nos ayude a agradecer el don de los más pobres como una “presencia especial del Señor” que nos lleva a su reino de amor a través de lo que hagamos con Él misteriosamente presente en el hermano. ¡Que viva Cristo Rey!.