Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Este Domingo de Pascua, nos invade el gozo inmenso de la Resurrección del Señor: ¡en verdad, Cristo ha vencido a la muerte y nos da parte en la vida eterna, Aleluya!. La Palabra de Dios nos indica que todo ha cambiado, que hemos entrado en el “día del Señor” como dice el Salmo responsorial: un día que es diferente, un tiempo que todo lo renueva, el día que “hizo el Señor”.
Ya San Agustín llamaba a la Pascua “el día sin ocaso”, y en verdad, a partir de la victoria de Cristo sobre el pecado y su fruto la muerte, todo se renueva. Y sin embargo, esa vida nueva no es una simplemente una bella expresión: ha de concretizarse en actitudes nuevas hacia Dios, hacia los hermanos, hacia nosotros mismos.
En Escuintla, como Iglesia de discípulos misioneros estamos llamados no solo a creer al anuncio del Evangelio, de la Buena Nueva de la Resurrección, sino también a llevarlo a los demás, imitando la valentía espiritual de San Pedro en Hechos de los Apóstoles (1ª lectura).
Escuintla, Guatemala y el mundo entero no necesitan “propaganda religiosa” sino testimonio de vida de la resurreción del Señor, en valentía, en amor por toda la humanidad que necesita enterarse de la Pascua del Señor. Estamos llamados a darle una nueva orientación a nuestra vida: tal y como lo pide San Pablo a los Colosenses: “Busquen las cosas de arriba donde está Cristo”.
Esta tarea de “vivir como hijos de la luz, como herederos de la Pascua de Cristo” no es fácil. Hemos de pasar de una fe de constataciones materialistas (que en fondo no es fe, sino comercio con las cosas de Dios) a una fe auténtica, que siga creyendo y venciendo las muchas sombras del vicio, de la violencia, de la deshumanización, de la insolidaridad que nos rodean todos los días en Escuintla.
Para ello volvemos los ojos a la maravillosa página del Evangelio según San Juan: es un texto bíblico que refleja la vida de la Iglesia a través de los siglos. En él actúan tres personajes, con tres formas de ver las cosas de Dios:
- María Magdalena, que va y ve el sepulcro vacío y “se entristece”: a veces también nosotros también nos entristecemos y pensamos que el mal “ha logrdo robarse a Dios y no sabemos dónde le ha puesto”: es la mirada pálidamente creyente, emotiva, pero débil en la fe;
- San Pedro, que entrando a la tumba ve el vacío del cuerpo de Cristo y “se preocupa”: también a nosotros nos preocupan tantos males, y de la preocupación pasamos a vivir con la duda ¿qué haremos ahora que Dios ya está en la vida humana?;
- Finalmente, San Juan, el discípulo amado “ve y cree”, pero “ve” desde la fe esos “aparentes vacíos de Dios” donde sin embargo Él sí está, y está actuando de modo diferente, pero real. Como en la Santísima Eucaristía, donde vemos la pequeñez de un pan, pero sabemos “por la fe” de la grandeza de la presencia del Señor a nuestro lado: ¡en la Eucaristía vive el Resucitado para siempre!, pidámosle que él aumente nuestra fe.
Para todos ¡Felices Pascuas de Resurrección!