Queridos hermanos:
El sexto domingo de Pascua nos coloca ante la necesidad de “ser testigos del Señor” en el mundo. Y cuando decimos “mundo” en este caso nos referimos tanto a la sociedad -la familia, la comunidad, la nación- como ante aquel “mundo que ha rechazado a Dios” como dice Jn 3, 19, “Y este es el juicio: que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, pues sus acciones eran malas”.
Rechazado por el mundo, el Señor Luz, Jesucristo resucitó y venció a la oscuridad de la muerte y del pecado: ¡llevemos al mundo el testimonio de la victoria de Cristo, cumpliendo lo más importante, su mandamiento de Amor!.
En efecto, en ocasiones es fácil “desorientarse” y colocar “otras cosas” como identidad cristiana; hoy en la lectura del Libro de Hechos de los Apóstoles, el “primer concilio de la Historia de la Iglesia” acuerda que no se exijan cosas secundarias a los nuevos cristianos, como aquellas prácticas del judaísmo -lavatorios, ayunos, impuestos- sino que se evite “dar mal testimonio practicando la fornicación -tan común en el paganismo de los romanos- o comer animales sacrificados a los ídolos”; ¡evitemos confundirnos con el mundo, sin sentirnos mejores que los demás seres humanos -como hacen las sectas del evangelismo- tampoco vivamos la inmoralidad que nos rodea, la corrupción que campea en la sociedad!.
Lo que nos mueve a dar este testimonio no fácil, es el amor verdadero a Cristo. En el Evangelio el Señor demanda un “amor que se demuestre ante el mundo” no con predicación o manifestaciones espectaculares, sino cumpliendo sus mandatos, el primero de ellos, el amor”. Eso nos asegura la “comunión o convivencia con Dios Padre” eso nos hace en verdad hijos suyos.
Para que esto sea posible, Cristo ofrece una ayuda estupenda, maravillosa: el don del Espíritu Santo. El Señor anuncia su partida al cielo, como la celebraremos el domingo entrante en la Solemnidad de la Ascensión, pero nos dará su Espíritu Santo.
Recordemos que es un “Espíritu de Verdad” que comienza clarificando en nosotros la Verdad de la vida de Fe, ¡cuidemos de no perder del Espíritu su papel de Maestro interior reduciéndolo a los sentimientos de Fe celebrativa!.
Es decir, aunque no hemos llegado a Pentecostés, el Señor que nos envía a ser sus testigos “sin vivir como los paganos” nos promete su ayuda fuertísima; ¡el Señor habitará entre nosotros con su gracia -segunda lectura del Apocalipsis- si invocamos al Espíritu de la verdad y no desviamos la Fe a cosas secundarias!.
Que nos ayude Aquella que en este mes de Mayo ha recibido nuestras oraciones en el Santo Rosario y las presenta con amor al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.