Mensaje de Monseñor Víctor Hugo Palma, Obispo de la Diócesis de Escuintla
Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Luego de la importantísima Solemnidad de Pentecostés, celebramos hoy una de las fiestas más íntimas y al mismo tiempo más “públicas” de la Fe Cristiana: somos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo, Templos del Espíritu Santo ¡somos parte de la Familia de la Santísima Trinidad, que merece nuestra alabanza y nuestro compromiso de vida!.
Ya cuando celebramos este año el Bautismo del Señor, tuvimos ocasión de valorar nuestro propio Bautismo “en el nombre del Padre, del Hijo, del Espíritu Santo”.
Hoy, comenzando el tiempo litúrgico llamado “ordinario” se nos invita a contemplar al Señor, Creador del cielo y de la tierra, único y verdadero Dios (1a. lectura del Deuteronomio): y es que, hoy como nunca, la Humanidad tiene enorme dificultad en aceptar a Dios como Creador del universo: aparte de lo que las ciencias pueden enseñarnos con sus descubrimientos, el cristiano descubre al Padre sobre todo, como “el origen y sentido de todas las cosas”.
Hoy se nos invita en la Palabra de Dios a sentirnos invitados a tomar parte de la vida trinitaria –como hemos dicho- desde nuestro bautismo, pero también en nuestra forma de pensar, de actuar, de hablar: el mandato de “bautizar en el nombre de las tres divinas personas” (Evangelio) y no como equivocadamente hacen algunos “solo en el nombre de Cristo o del Espíritu” va más allá de un formalismo: es contemplar y resguardar la creación, es santificar la historia humana como discípulos misioneros del Hijo, de Jesucristo, y es sobre todo dejarse guiar por el Espíritu Santo precisamente “en las cosas de todo los días”: las pequeñas y grandes decisiones, las relaciones sociales y la vida familiar (2ª. lectura de la Carta a los Romanos).
Este domingo, en fin, contiene una llamada o vocación a vivir la “filiación” o hecho de ser “hijos y no esclavos” del Dios que nos ha creado (el Padre), que nos ha redimido (el Hijo) que nos ha santificado (el Espíritu Santo). Ello en medio de una sociedad que lamenta la corrupción administrativa, la impunidad y falta de acción de la justicia, la insolidaridad y sus frutos la violencia y la muerte, pero que vive como si Dios no existiera.
El testimonio de Fe en la Santísima Trinidad hoy no solo es importante, sino urgente: una moral, unos acuerdos éticos, por más hermosos que suenen, sin el rostro de Dios Trino y Uno como trasfondo, nunca tendrán la eficacia que bien debiera tener, la presencia de los cristianos en el mundo.
Pidamos al Señor que, en medio de los deseos de muchos de “volver a los dioses del pasado”, ante la desfiguración del Dios Trino y Uno en “pentecostalismos” y ante el creciente ateísmo y las formas de idolatría de las cosas, glorifiquemos a la Santísima Trinidad mediante la paz, el perdón, la justicia, la reconciliación y el testimonio de la alegría cristiana.